1.
Introducción
En este trabajo se pretende hacer una exposición de la
evolución de la relación entre la Iglesia y el Estado. Si bien
el título hace referencia a la religión en general, por motivos metodológicos y
de espacio, se ha centralizado la atención en la Iglesia católica. Esto no sólo
por la relevancia que ha tenido en la historia peruana, sino también por la
trascendencia que ha tenido el pensamiento católico y la vida política de la
Iglesia desde Roma hasta nuestros días.
Es interesante la relación casi connatural que tiene la vida
religiosa con la vida política. La palabra religión, deriva de religio, que significa religación, esto
es, volver a ligarse a algo. Para volver a ligarse a algo, es necesario haber
estado ligado a algo previamente (esto es evidente por el mismo significado
literal). Entonces, la misma palabra religión
hace referencia a la intrínseca relación de nuestra existencia con algo que la
precede. Tomás de Aquino afirmaba que nuestro acto de ser es dependiente del
Actus Essendi divino, y en esta medida sólo pasamos de la potencia de existir
al acto de existir por medio de la creación ex nihilo. Ahora bien, este mismo
autor, menciona que la persona para poder religarse, debe vivir del mejor modo
posible, y esto sólo es posible por medio de vivir en sociedad, en una polis,
adecuando su propio bien al bien común de dicha polis.
Como se evidencia en el párrafo anterior, para el
pensamiento tomista y de la vasta mayoría de autores cristianos, desde los
Padres de la Iglesia, la vida religiosa de la persona está intrínsecamente
ligada a la vida política, puesto que es en la polis donde la persona puede
actualizarse con adecuación a su propio fin y naturaleza espiritual. Esto hace
que el pensamiento cristiano sea en esencia político, lo cual, se hace patente
hasta nuestros días con el desarrollo de la doctrina socialcristiana, que, por
ejemplo, en el Perú, está representada en el Partido Popular Cristiano.
2.
Antecedentes históricos
2.1.Caída del Imperio Romano e
Importancia de la Evangelización Bárbara
La caída del Imperio romano de occidente trajo consigo un
deterioro cultural de gran alcance. La corrupción de occidente, el desgobierno
en el que había caído, las invasiones de los germanos -tanto pacíficas como
violentas- tuvo como consecuencia una crisis cultural y un atraso a nivel
intelectual. Propiamente, se puede hablar de la Edad Oscura entre los siglos VI
y IX dc., y esto, porque, la crisis que se vivía impedía continuar con los
avances en el Derecho, en la filosofía y ciencias que había tenido Roma.
Gracias a los monasterios, la mayor parte del pensamiento
romano se mantuvo, volviéndose en centros de evangelización de los reinos
bárbaros, así como también, se constituyeron en los grandes difusores de la
cultura de su tiempo. Es interesante ver esto evidenciado en la gran influencia
que tuvo el desarrollo del derecho canónico en las leyes de estos reinos.
Entrando ya el siglo VIII dc., con el Imperio Carolingio y
sus escuelas palatinas, se ponen los cimientos para la fundación de las
Universidades, que se vuelven en centros donde profesores y alumnos se dedican
al estudio y a la investigación, teniendo como fin el bien común (Gilson, 1989) . Para los autores
cristianos, desde los Padres de la Iglesia hasta San Agustín, pensar en el ser
humano, era pensar en su ser social. Esto, gracias a la gran influencia que
tuvo en la Iglesia el pensamiento de los filósofos griegos, en especial del
pensamiento neoplatónico de inicios de nuestra Era (un ejemplo, es la gran
influencia que tuvo Plotino en San Agustín). Es así, que, de la mano de la
filosofía, la otra rama de estudio que proliferaba, era el Derecho (o estudio
de las leyes).
Hasta aquí, es menester resaltar la importancia que tuvo la
Iglesia en el desarrollo político, social e intelectual de la Europa de ese
entonces. Es interesante ver que una institución como la Universidad, donde se
cultivaba el pensamiento, sólo surgió en el mundo cristianizado, y no en otras partes,
como en la Europa y África musulmana, donde, incluso tenían cierta “ventaja”,
puesto que, tenían la mayoría de libros aristotélicos, a los cuales no tenían
acceso los reinos de la Europa cristiana.
Es a partir del siglo XII que se comparten estos libros y se
traducen al latín, con lo cual surgen en la Alta Edad Media grandes
pensadores como San Alberto Magno, Tomás de Aquino y San Buenaventura. Si bien
se puede especular que es un azar que sea en la Europa cristiana que haya
surgido la institución universitaria, teniendo en cuenta el principio de la
primacía de la realidad, la verdad es que esta sólo surge en la cultura
cristiana. Esto, en parte, se puede explicar por lo que dice Maritain en su Introducción a la Filosofía, donde
afirma, que, si bien el pueblo elegido de Dios fueron los judíos, el de la razón fueron
los griegos, y que los primeros cristianos, desde San Juan Apóstol, pasando por
San Irineo y los Padres latinos y griegos hasta San Agustín, todos utilizaron
los elementos desarrollados por la filosofía griega para pensar la relación de
Dios con el mundo (es claro esto, por ejemplo, en el De Civitate Dei de San Agustín, o en la explicación que se da a
partir del hypokeimenon
y de la sustancia para explicar el misterio de la Trinidad).
2.2. Concepción
tomista del Estado
Con Santo Tomás de Aquino, se puede decir que el pensamiento
de la Edad Media llega a su cúspide filosófica y política (Maritain, 1997) . Este autor retoma a Aristóteles y lo
actualiza a su propio entender, desarrollando su pensamiento y llegando a
conclusiones que son útiles incluso para nuestros días. Esto lo podemos notar
en la gran influencia que tiene hasta la actualidad el pensamiento tomista en
la doctrina social de la Iglesia, en el pensamiento socialcristiano moderno
(que es una de las grandes corrientes del pensamiento político occidental), y,
sobretodo, por el realce que le da este santo a la importancia de la razón.
A diferencia de los intelectuales de su época, que en su
mayoría eran seguidores de San Agustín, este autor afirma que la luz natural de
la razón es capaz de llegar por sí misma a la verdad. Sobre este punto, tuvo un
gran debate con un santo de su época, San Buenaventura, quien afirmaba que la
naturaleza humana había sido tan dañada por el pecado original, que no podía
descubrir la verdad sin hacer uso de la fe sobrenatural. Esta postura
franciscana mayoritaria es la que más tarde terminará por disociar de tal modo
la fe y la razón, que llevó a la crisis del pensamiento cristiano con Ockam en
la Baja Edad Media.
Para Tomás de Aquino la persona humana es una entidad
relacional que posee como rasgo especificante
su inteligencia y voluntad. Ahora bien, para que el ser humano actualice estas potencias es
necesario que haya una comunidad. En esto se adhiere a lo dicho por Aristóteles
en el libro primero de su Política,
donde afirma que la sociedad es ontológicamente anterior al individuo, en tanto que es en la
sociedad donde puede desplegarse en cuanto persona. Desde el habla hasta la
posibilidad de adquirir conceptos, son acciones que sólo podrán realizarse por
el individuo, si este se relaciona con otros.
El sentido, pues, que tiene para Tomás el zoon politikón
aristotélico, es el de la esencia. Utilizando lenguaje aristotélico-tomista,
es en el encuentro con el ser del otro que se actualiza la potencia del
intelecto y de la voluntad. Es así, que para Tomás de Aquino -según Gilson
(1989) y Cruz (2009)- el bien del hombre (que es la felicidad) sólo es
alcanzable en sociedad. Llevando a sus extremos esta afirmación, afirma que el
bien humano perfecto se da en la modalidad del bien común, que lo define como
la búsqueda del perfeccionamiento de la vida en sociedad. En la Suma Teológica (q. 96, par I-II) afirma:
“no hay ninguna virtud cuyos actos no sean mediata o inmediatamente ordenables
al bien común”.
Para Tomás de Aquino, el Estado es “esa parte del cuerpo político
cuyo peculiar objeto es mantener la ley, promover la prosperidad común y el
orden público y administrar los asuntos públicos” (Maritain, 1989). A
diferencia de la concepción moderna del Estado que lo ve como instrumento, la
visión tomista resalta que el Estado es la parte superior del cuerpo social, y
que su misma existencia tiene como razón de ser la búsqueda del bien común que
está inscrita en el ser mismo de la persona.
Se hace patente que la visión tomista es de índole sistémica, en tanto que afirma que la primacía del
Estado como cúspide la sociedad es relativa, en tanto que estructura el modo de
estar en el mundo de la persona, pero la persona también estructura al Estado
por medio de sus acciones. Esto lo rescata Antonino Espinosa Laña en el Ideario
del Partido Popular Cristiano, donde postula que el bien común tiene dos
dimensiones, una de socialización que busca la integración social y la
fraternidad, y otra de personalización, que se centra en el desarrollo de las
potencialidades de la persona.
Es interesante ver como, a diferencia de la vasta doctrina
moderna y contemporánea en filosofía del derecho y en filosofía política que
ven al hombre como un ser que es lobo para el hombre, en el pensamiento tomista el
bien del individuo se identifica con el bien común político.
2.3. La
Iglesia y el Estado en la Edad Media
Intentar emprender un estudio detallado de la relación de la
Iglesia y Estado en toda la Edad Media, excede los fines de este trabajo, por
lo cual, haré una breve reseña de los hitos principales que signaron esta
relación, hasta llegar a los albores del Renacimiento y el racionalismo.
"La génesis de un poder soberano, independiente de todo
principio extraño a su propia autoridad, se debe buscar en la lucha por la
supremacía entre el poder religioso y el secular, un campo de disputa rico en
elementos de transformación de la relación entre lo sagrado y lo político" (Bayona, 2009, p.11)
Como se puede ver, Bayona, en su libro El origen del Estado laico desde la Edad Media (2009), afirma que
la historia de la Edad Media transita en medio de un conflicto de poder. Esto
sucede básicamente por la ambición de poseer el control que tienen tanto los
Papas y obispos como los príncipes, reyes y gobernantes en general. Es
importante señalar que la historia misma está signada por una constante
interrelación entre la religión y el poder político, lo cual se puede ver en
culturas como la brahmánica hindú, el islam y su ley, y en la misma ley
judaica. Esta tensión existente entre Estado y religión se debe a la gran
influencia que tienen los principios teológicos en las comunidades que
conforman una sociedad.
La Alta Edad Media, se caracterizó por una relación de
supremacía de la Iglesia, donde en parte los reyes y príncipes eran legitimados
por el Papa, y los tribunales eclesiásticos ejercían un gran poder en la vida
cotidiana de las naciones. Esta etapa, es también de gran riqueza en cuanto a
la teoría política y legal, puesto que configura la idea de ley natural que
hasta nuestros días se tiene en el pensamiento socialcristiano, que como se
verá más adelante, difiere de la concepción de la ley natural que nos legó el
racionalismo, y que en parte es la causante de la mayoría de críticas que se le
hacen a la ley natural.
Un hito importante a mencionar, es que Santo Tomás, en su Comentario a la Política de Aristóteles
hace una crítica al poder supuestamente divino de los reyes, mencionando que el
deber del soberano es actuar acorde al bien común de la comunidad política que
gobierna. Durante esta etapa, hubo muchos conflictos, como el de Padua
(Bayona, 2009), que tenían como centro la exención que tenía la Iglesia de
pagar impuestos y de su no sometimiento a las leyes del legislador humano (como
se refería Juan XXII a aquellos que dictaban las leyes en un Estado). La
implantación de la inquisición, o las mismas faltas de reconocimiento del poder
jurisdiccional llevaron a que incluso San Luis Rey de Francia considerara un
abuso que la Iglesia no recociera las sentencias dadas por su tribunal cuando
estas no concordaban con los intereses de Roma.
Este conflicto, aunado con la decadencia intelectual
voluntarista que tuvo como principales expositores a Duns Scoto y Ockam (Gilson, 1989) , llevó a una crisis
que rompió el status quo que se vivía hasta ese entonces. Ockam, quien vivió en
el S. XIV, al cuestionar la validez racional de los conceptos teológicos,
separa la fe y la razón, de tal modo que da pie a la consideración de que en
nada tienen que ver los temas del gobierno temporal con
el espiritual. En cierto modo, es el nominalismo de Ockam el que se puede
constituir en un precursor filosófico del positivismo, tanto en torno al
derecho como en las ciencias.
2.4. El
renacimiento y el racionalismo: La importancia de la Revolución Francesa
Al final de la Edad Media, la situación religiosa se había
vuelto problemática. Es por esto que, desde Maquiavelo hasta Hobbes, se busca
teorizar sobre el Estado con absoluta independencia de los clásicos. En cierto
modo, lo que caracteriza, incluso hasta nuestros días, la filosofía del derecho
es el rechazo a todo aquello que no sea absolutamente racional y rechazo a la
intromisión de lo religioso. Esta actitud, se puede ver plasmada en la
concepción de Hobbes del homo homini
lupus.
Hobbes instaura una suerte de endiosamiento del Estado y una
visión negativa de la naturaleza humana, encontrando la razón de ser de la
autoridad en el egoísmo intrínseco del ser humano. Esto es diametralmente
opuesto a la visión tomista expuesta líneas arriba. En este punto sería
interesante mencionar lo dicho por Unamuno al inicio del Sentimiento trágico de la vida: “Homo sum nullum hominem a me
alienum puto” (1985), que significa
hombre soy, y a ningún hombre estimo extraño. Es decir, que la persona humana
en cuanto tal está ordenada al ser de los otros. No se puede pensar al yo sin
el tú (Buber, 2006) .
El pensamiento racionalista, que buscaba su razón de ser en
la sola razón, dejando de lado de manera consciente la fe, llevó a una
consideración primero de un Estado autoritario, donde el gobernante era una
suerte de Dios que, en base a un contrato implícito del cuerpo social, regía la
vida de los súbditos o ciudadanos. Esto después se decantó en las ideas de
Montesquieu y Rosseau sobre la necesidad que había de establecer mecanismos de
control para el poder temporal, y el mismo racionalismo, que la historia de la
filosofía ha demostrado que siempre se transforma en historicismo, derivó en teorías
del Derecho como la de Savigny ya entrada la Edad Moderna.
Teniendo todos estos antecedentes, se va gestando una
insurrección al antiguo régimen, que en realidad ya a partir del siglo XV, es
más una versión extremada del poder absoluto del poder de los reyes y príncipes
derivada de la crisis de la Edad Media. La visión antropocéntrica deriva en una
conciencia cada vez mayor de las necesidades del pueblo de autogobernarse, y
las arbitrariedades del poder absoluto de los monarcas de los siglos XV hasta
el XVIII llevan a lo que Maquiavelo tantas veces advirtió, el peligro de que
los súbditos estén descontentos con su gobierno.
Siendo así las cosas, y la crisis de la clase política
francesa, acontece la Revolución Francesa en 1789. Es la primera vez que la
visión racionalista y liberal adquiere una realidad política, y que es potenciada
por el papel difusor que tuvo posteriormente Napoleón (es por esto que se llama
la abeja de la revolución). Ante esto, y con una visión geométrica y rígida de
la ley natural, se establece un impulso codificador, que pretende establecer
principios universales para la vida en sociedad.
Los así llamados derechos del hombre y el código napoleónico
son propios de esta visión racionalista. Aquí existe una gran diferencia con la
visión de la ley natural del pensamiento tomista y de origen cristiano (Cruz,
2009), ya que para Tomás la ley natural está ordenada al bien común, y, por
ende, está ordenada a la mejora de la circunstancia social de una comunidad
política determinada, donde la razón es capaz de descubrir lo mejor para
desplegarse en dicha sociedad.
No se puede negar la importancia que ha tenido la Revolución
Francesa en la sociedad, y cómo esta ha signado la relación de la religión con
el Estado, siendo lo más positivo, la necesaria evolución en una sociedad
consensualista, que, si bien trae como peligro la llamada dictadura del relativismo actual, se constituye en un
medio para desarrollar de modo adecuado una vida política caracterizada por la
tolerancia y una mayor libertad.
3.
La Relación Iglesia-Estado en el Siglo XXI
El proceso de secularización
que ha comenzado con el Renacimiento hasta entrados nuestros días, consiste en
un mayor alejamiento de la esfera religiosa de la política. Ahora bien, esta
secularización ha llegado a extremos de querer llevar al ostracismo la religión
de la vida pública. Sobre esto, Habermas refiere que las personas, si son
religiosas, deben tener el mismo derecho de expresarse religiosamente, ya que
la base de un Estado democrático es el consensualismo.
Es interesante en
este punto mencionar que un Estado que pretende denominarse laico no puede, por
definición, tener como centro de su actuación la religión. Y los movimientos
extremistas que pretenden desarrollar un ostracismo de todo lo religioso, en el
fondo son confesionalmente ateos. “El individualismo liberal, que hace
del individuo el destinatario y la razón de ser del Estado instrumental, busca
una definición del individuo (…) que permita derivar, a partir de ella, cómo ha
de ser y cómo ha de actuar ese instrumento que es el Estado” (Cruz, 2009, p.
27).
3.1. La Iglesia en el
mundo occidental
Ha habido un deterioro -in crescendo- de la relación
Iglesia-Estado. Se ha llegado a puntos de enfrentamiento, donde incluso en
países como Francia, se prohíben muestras explícitas de fe religiosa en el
ámbito público. La contradicción propia del liberalismo laicista es que por un
lado se proclama la tolerancia, pero por el otro, se busca imponer un
pensamiento único, donde no sólo se persigue al que piensa distinto, sino que
también, se busca imponer una dictadura del relativismo cultural, que ya en
Europa está causando estragos, y uno de sus efectos es la creciente
islamización, que es un efecto natural de una sociedad que ha renunciado a
cualquier fundamentación de sus valores y principios.
3.
Conclusión
Como se ha visto a
lo largo del ensayo, la relación entre el Estado y la Iglesia ha sido
conflictiva, pero este conflicto ha derivado en una mutua compenetración que ha
beneficiado a ambos, y también se ha podido ver que la crisis de una se
convierte en la crisis de la otra. En parte, se podría decir que la
islamización es justamente el efecto del nihilismo que se ha instaurado en
occidente, ya que se ha renunciado a lo bueno que tenía el racionalismo, que
era buscar principios inamovibles para la acción, y se ha abrazado un
relativismo cultural, que sin mayor sustento, pretende gobernar la existencia
en sociedad.
Referencias
Arendt, H. (1997). ¿Qué es la política?
Barcelona: Paidos.
Bayona, B. (2009). El
origen del Estado laico desde la Edad Media. Madrid: Editorial Tecnos.
Buber, M. (2006). Yo
y tú. Buenos Aires: Lilmod.
Espinoza, A. (2013). Siembra,
convicción y peripecia: El socialcristianismo en el Perú. Lima: Fondo
Editorial del Congreso del Perú.
Fernández, C. (2000).
¿Qué es ser “persona” para el Derecho? Derecho PUC(53), 373-422.
Gilson, É. (1989). La
filosofía en la Edad Media. Madrid: Gredos.
Marías, J. (2001). Historia
de la filosofía. Madrid: Alianza Editorial.
Maritain, J. (1997). El
hombre y el Estado. Madrid: Ediciones Encuentro.
Unamuno, M. (1985). Del
sentimiento trágico de la vida. Madrid: Altamira.
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