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jueves, 28 de mayo de 2009

Liberalismo reaccionario




"Ser de la izquierda es como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral" (Ortega y Gasset).


     Creo que es importante destacar que toda postura fundamentalista es per se carente de sentido. Una postura fundamentalista es para mí aquella que defiende ciertos principios como absolutos e invariables y no está en disposición de hacer (en términos Heidegger) un análisis ontológico de la situación presente, atendiendo al sentido epocal del ser como constituido por los determinantes históricos-circunstanciales. Ser un reaccionario acérrimo o un liberal sin más, es justamente caer en el absurdo; y yo creo que el punto está en abrirse a la totalidad de la experiencia para poder sacar conclusiones válidas en torno a lo político y a la vida humana en general.

     Ortega y Gasset en la "Rebelión de las Masas" ya destaca el carácter cerrado de la ideología moderna que pretende explicar la existencia humana como un conjunto de praxis que deben orientarse a un ideal de libertad abstracto que de manera sistemática “funcionaliza” la vida humana y en su relativismo reinante la aleja de todo sentido de trascendencia. Vivir es como bien dice Ortega un estar entregado a un cierto fin, pero en una sociedad donde se olvidan los fines y se vive en pos de los medios, la libertad se vuelve mera disposición y con ella se vacía a la vida de su propio ser. Es importante que se fomente la libertad, pero asimismo es importante que la sociedad promueva el despliegue del individuo en su relación con los demás. En una sociedad liberal que típicamente se funda en una moral de mínimos o en un consenso sobre el mal (para ponerlo en palabras de Gonzalo Gamio), la política y la vida social se vuelven realidades instrumentales de convivencia donde el único punto es que cada uno pueda vivir su vida según su parecer –sin hacerle daño al otro. Este es en un sentido lato el trasfondo de los derechos humanos desde la concepción liberal. Por ende, en una sociedad que se rehúsa a actuar propositivamente y se escuda en una actitud de “mínimos”, se pierde lo más importante que debe existir en una sociedad que es el impulso por la trascendencia, donde se motive las preguntas básicas del por qué y el para qué.

     Se dice que el estado democrático no plantea ninguna visión oficial sobre la vida buena, pero esto es sólo en apariencia, puesto que el hecho que se privilegie una cierta visión del mundo donde se entiende que el fin de la sociedad es la convivencia pacífica, ya presupone que existe un cierto ideal de vida buena que consistiría en que el hombre se realiza en sociedad sí y solo sí actúa de tal manera que tolere las prácticas de los otros en la medida en que no afecten su propio despliegue. Incluso la visión supuestamente neutral sobre lo que es una vida buena por parte de los liberales, plantea un cierto tipo de pasividad en el plano de las propias creencias y convicciones; ya que se busca promover una cultura de la tolerancia, donde no se imponga nada a nadie, en el sentido que se respete la igualdad –llamémosle epistemológica- de todas las concepciones sobre lo que es una vida buena. Entonces, en el fondo, si leemos entre líneas, se está proponiendo un tipo de vida buena que rige para todos, donde cada uno de nosotros debe actuar en pos de alcanzar un fin circunstancial que a través de diálogos con otros o por propia reflexión nos lleve a un ideal de vida buena que nos satisfaga, pero sin que tenga carácter de verdad. La búsqueda por un fundamento último real es descartado a priori por gran parte del pensamiento posmoderno –en esto basta con revisar el pensamiento de Rorty o en otro plano de un Vattimo.

     Entonces, como hemos visto, la postura liberal que promueve un estado democrático basado en una moral de mínimos no es una postura sin una visión oficial de la vida buena. Muy al contrario, promueve un tipo de vida que vacía la existencia de su carácter teleológico, y al enfatizar la libertad como ideal en sí mismo, se pierde de vista que el ser humano posee la libertad como un medio –y no como un fin-; es decir, la libertad no es algo por alcanzar en nuestras praxis, sino que es la conditio sine qua non para que podamos alcanzar el fin o los fines que nos propongamos, pero no en un sentido puramente operativo de la palabra fin, ya que lo que se debe privilegiar no son los fines atómicos o aislados de nuestro quehacer circunstancial, sino aquellos que respondan a la trascendencia de nuestra propia vida. El punto está en que la libertad sin trascendencia es mera disponibilidad a la elección de diferentes opciones, mientras que una visión que interprete la libertad desde la trascendencia la entenderá como aquella capacidad de autoposeerse y autogobernarse a través del conocimiento de sí mismo; lo cual implica que la libertad está incluida en la totalidad de la vida y por tanto debe responder a la existencia humana como un todo en su tendencia a encontrar un sentido último.

     Ya que he destacado ciertos puntos “ocultos” de la ideología o pensamiento democrático liberal, es preciso que subraye que sí reconozco el papel que tiene el poseer un consenso sobre lo que está mal, pero no en el sentido negativo, sino que se debe buscar una propuesta que sin imponer un sentido último para todos (lo cual sería coaccionar la libertad y el necesario respeto por la individualidad del sujeto en su elección), sí debe promover la búsqueda de la trascendencia en dicho consenso. Para proteger la libertad y prevenir la no coacción por doctrinas ultraconservadoras, no sólo está la opción vigente en las democracias liberales y en el pensamiento liberal en general, sino que también se puede constituir una sociedad basada en el respeto del individuo cuando la base de la coexistencia es la solidaridad, que en este caso la entiendo como la necesaria conciencia de corresponsabilidad que debe existir entre los individuos que participan de una sociedad, ya que la misma coexistencia plantea la necesidad de que el intercambio se dé en armonía.

     La solidaridad como base de una sociedad no liberal no parte de un principio negativo que postula una moral de mínimos, sino que de manera positiva garantiza la coexistencia en la corresponsabilidad, que consiste en el reconocimiento del otro como parte de mi vida en tanto y en cuanto ese otro que convive conmigo en mi entorno social se constituye en facilitador de mi propio despliegue. Además, en esta visión de corresponsabilidad, yo soy responsable del otro porque descubro que el otro es parte integral de mi ser relacional, por ende, en esta concepción de la vida social, también se postula una cierta idea de lo que es la vida buena en general, en tanto que se promueve la virtud, y en vez de basar mis relaciones en la tolerancia en torno a las concepciones de los otros, el diálogo con las demás concepciones se entabla en una búsqueda común por un sentido real de la existencia. Esto yo creo que sí se podría dar en una democracia, pero donde el ideal que la caracteriza sea un pensamiento no basado en el mero consenso y en la mera subjetividad instrumentalista actual.

     Para concluir, si Ortega afirma que derecha e izquierda son hemiplejías morales, lo hace en el sentido que ambas paralizan toda una  parte de la existencia humana que es su sentido de trascendencia. Tanto el liberalismo como el conservadurismo extremo (que no los identifico con derecha e izquierda, sólo que la frase de Ortega se aplica también a ambos), no dan cuenta de la vida humana real, puesto que por un lado el liberalismo enfatiza aspectos accidentales de su ser histórico como pueden ser la libertad  y la defensa de un estado de propuestas basadas en una moral negativa (en el sentido que es únicamente un consenso sobre lo que está mal), y por otro lado los ultraconservadores hacen un excesivo énfasis en la tradición y un reclamo que a veces pareciera añorar los tiempos antiguos hasta el punto de olvidar que cada tiempo histórico requiere una manera concreta de ser y de acontecer que no puede ser trasladada a otro tiempo histórico. Yo creo que los fundamentos de coexistencia corresponsable y de libertad desde la trascendencia son los que legitiman cualquier régimen, sea este una democracia o cualquier otro tipo de gobierno. Hay que optar por defender el despliegue individual en corresponsabilidad y diálogo, hay que ser en pocas palabras liberales porque hay que defender la libertad y el respeto por los derechos del individuo, pero reaccionarios en el sentido de protestar contra una moral que se olvida del carácter positivo que debe tener toda moral humana si quiere responder al ser humano real.

martes, 5 de mayo de 2009

Antropología y Muerte (Parte II-III)




Esta es la segunda parte de mi post sobre antropología y muerte, espero que pueda ser comentado y ayude a profundizar ciertos temas que pienso que no han sido tratados con la rigurosidad necesaria en la actualidad. 

 

En filosofía y en psicología se le ha dado mucha importancia al querer, pero no se ha resaltado lo suficiente la relevancia antropológica que tiene el deseo. El deseo es un proceso complejo que, ligando la imaginación con la inteligencia, permite que cada persona pueda virtualmente trazarse diversas trayectorias que en su vida cotidiana no podría realizar efectivamente; y se diferencia del querer en que no es un acto que esté determinado directamente por la circunstancia temporal, lo cual posibilita que la actividad psíquica consciente no esté -en el caso del deseo- circunscrita a las limitaciones propias del aquí y ahora. 

 

Un ejemplo de la distinción que he mencionado sobre el querer y el deseo está en que -cuando deseamos- podemos vislumbrar imaginativamente diversas realizaciones del propio yo e incluso vivir virtualmente una determinada consecución de un bien particular y aprehenderlo en una experiencia interna de apropiación intencional. Es decir, mientras que en el querer se está limitado por los objetos que de alguna manera son asequibles a la circunstancia concreta del yo real del sujeto o incluso a los objetos del yo ideal (esto es, el yo que el sujeto quiere llegar a ser si logra conseguir sus metas); en el caso del deseo, la persona puede imaginarse realizando y actualizando potencialidades que no necesariamente posee en sí mismo, pero que de alguna manera son anhelados por la actividad psíquica inconsciente. 

 

En una antropología que se olvida del carácter fundacional del deseo en la existencia humana, es normal que como consecuencia lógica se deje de lado la radical apertura de la vida hacia el futuro; lo cual necesariamente opaca el tema de la ultimidades y de la pregunta humana básica de: ¿qué va a ser de mí? Si como estamos acostumbrados en la sociedad liberal occidental, se aparta del horizonte la vida buena en términos de verdad y bien, y se pasa a una sociedad de la absoluta tolerancia y de un pensamiento débil o una mera conversación (al modo del relativismo rortyano), ya no se podrá insertar en la vida cotidiana la religiosidad natural inherente a la naturaleza experiencial de la persona humana; ya que el relativismo y la falta de búsqueda por un absoluto aunque sea hipotético en materia de conocimiento, hace que las personas renuncien –incluso en el plano inconsciente- a relacionarse con lo trascendente vital –es decir, con aquello que sin tener certeza de su existencia, la persona descubre como necesario para su vida. 

 

El deseo, como ya dije, es un proceso que hunde sus raíces en la actividad psíquica inconsciente, y por ende está sujeto a la influencia de las pulsiones instintivas. La persona desea todo lo que le es apetecible de algún modo, pero al ser el deseo un acto de la persona como un todo, este proceso desiderativo se inscribe también en la potencialidad total de la vida. Es decir, en la medida en que el ser humano se descubre como un yo y se entiende como individuo, se le hace patente a su conciencia que su vida es su yo en acción –en su dinámica de encuentro con lo otro y consigo mismo- y por ende, le es inherente apetecer su propia existencia en cuanto que esa existencia es su yo actual. 

 

Es pues, dentro la línea de argumentación que he venido desarrollando, una conclusión que cae bajo su propio peso el postular que el deseo por permanecer siendo es el deseo por excelencia; puesto que es aquel que subyace a todos los demás, ya que, solo en la medida en que deseo seguir operando y actuando (esto es, seguir existiendo) es que puedo desear por ejemplo ser un astronauta. Desear ser un astronauta presupone que deseo poseer esa realidad posible de algún modo, pero esto sólo se entiende si está implícito mi búsqueda o apetencia de mi propio yo en acción. 

 

El deseo, para resumir, se define como un proceso complejo que integra la inteligencia, la imaginación y las pulsiones instintivas (es decir integra la actividad psíquica consciente con la inconsciente) en una posibilidad de realización de todo aquello que puede ser potencialmente parte de la vida del sujeto. Incluso lo que no es posible, como desear ser un caballo o poder teletransportarse puede ser deseado por un sujeto. La única condición para que el objeto sea deseado es que se relacione con la persona desde el futuro, ya que el deseo desde una perspectiva de la acción humana, consiste en la apetencia de aquello que no poseyéndose, puede ser realizado imaginativamente o en algún momento de la existencia. Cabe destacar que se puede desear tanto objetos o eventos pasados, presentes o futuros. Por ejemplo, yo podría desear haber aprendido a tocar piano en mi pasado, en el presente ser pianista amateur y en mi futuro ser el más grande concertista de la historia. Ahora bien, puedo desear realidades pasadas o presentes en la medida en que me posiciono imaginativamente en una perspectiva tal que tanto el presente como el pasado son vistos como realizables en mi futuro imaginativo (es en este horizonte que aparece la nostalgia y la frustración –estos puntos ya los trataré en otro post). 

 

Pero la total apertura desiderativa propia del sujeto humano hace que la posibilidad existencial de su muerte se vea como una pared a su proyección en la acción. Y esto permite que desde una perspectiva de la persona como un yo en acción, se plantee la posibilidad imaginativa de proyectarse incluso después de la muerte. La persona como proyecto es un ‘dato’ nunca acabado, y esto se evidencia en que una persona incluso cuando está con cáncer terminal sigue viviendo como si el siguiente segundo fuera una posibilidad de realización de una determinada acción. Esta contradicción entre lo finito de nuestra existencia -que se debe a su constitución empírica concreta-, con la apertura proyectiva propia del yo humano, hace que surja un deseo de inmortalidad implícito. Incluso un suicida cuando se mata lo hace porque ya no desea vivir, pero no la vida en general, sino, esta vida en concreto; por lo cual, su acción también se inscribe en un deseo de realizar proyectivamente su propio yo. Si a un suicida le dieran la oportunidad de cambiar radicalmente su circunstancia tal cual él la percibe, su acción se dirigiría a la posesión de su circunstancia y de su yo vital, y ya no a su propia muerte. 

 

Poseer es, desde mi perspectiva, un acto de hacer íntimo aquello que se presenta en primera instancia como un no-yo. ‘Íntimo’ es aquello que radica en mi vida y forma parte de mi circunstancia, es aquello que ya ha dejado de ser simplemente una realidad “objetiva” y ha pasado a ser una realidad en mí. Así pues también en el plano del deseo, existe el deseo como actividad inestructurada que se puede dirigir a cualquier objeto (ideal o real) y el deseo como actividad estructurada que se dirige a objetos ideales o reales que están en consonancia con el argumento o contenido biográfico de una persona en concreto. A este deseo que se inscribe ya en la vida concreta, y por ende es ya un deseo personal lo llamaré como Julián Marías una ilusión. Es la ilusión donde confluyen el querer y el desear, puesto que cuando algo ilusiona o se percibe como necesario para poder seguir siendo, no sólo se desea como posibilidad, sino que se desea como realidad, lo cual lleva a que el sujeto quiera poner los medios para alcanzar y realizar eso que él percibe como fundamento de su despliegue personal. 

 

En mi siguiente y último post de esta trilogía, profundizaré el tema de la ilusión y la muerte, y el problema ya enunciado aquí de la sociedad relativista junto con el problema antropológico que puede estar en la base de una cultura de valores que se basan en la tolerancia como piedra angular.