En el Perú la política suele ser un ejercicio de poder sin sentido, donde muy bien se podría decir que lo que guía el ideario de la mayor parte de nuestros representantes es una pasión irracional por mantener el poder. Carecemos en su mayoría de políticos preparados, nuestros partidos políticos carecen de una construcción doctrinaria que responda de modo integral a nuestro tiempo y circunstancia, y por último, no hay una verdadera meritocracia partidaria (lo que existe es una democracia mal entendida, donde el más "popular" gana en las elecciones internas y sin que haya una verdadera justicia con respecto al desempeño del militante).
El título de este post hace referencia a la unión civil, pero no puedo entrar de lleno a este tema sin considerar todas las variables que entran en juego en este ¿gran? debate; razón por la cual, me detendré a pensar un poco sobre cómo se abordan estos temas en la actualidad. La vida humana -y por ende la vida política- es por su propia definición, una vida que posee su propia razón vital, es decir, que aprehende la circunstancia en su conexión biográfica con cada yo que somos. Esto es, que las experiencias que tenemos -y con experiencia me refiero a sentimientos, voliciones, deseos, sensaciones, percepciones, pensamientos- se dan en su conexión con el yo que cada uno de nosotros es -con nuestra historia y nuestra proyección a futuro. De ahí se deriva que la realidad sea captada en perspectiva, y dependiendo de nuestras valoraciones, juzgaremos en mayor o menor medida las cosas según nuestro propio modo de estar-en-el-mundo.
Actualmente, más aún en mi generación -tengo 29 años- y en las generaciones más jóvenes, la pasión se ha vuelto el criterio según el cual todo es juzgado. La pasión es -per natura- una fuerza desbordante que busca satisfacerse por medio de alcanzar el objeto que satisfaga dicho apetito. Se hace patente la existencia de esta realidad en los jóvenes en cuestiones como en la búsqueda de sensaciones, en el preferir que las cosas "fluyan" y en no molestarse por considerar de modo maduro el por qué de las decisiones que toman. Esto, en parte, es la última etapa de un pragmatismo exagerado que ha pretendido en las últimas décadas pensar la realidad en función de criterios de utilidad y de placer. El posmodernismo nos ha mostrado que la verdad no tiene fundamento, que todo es interpretación, y así se ha caído en lo que Julián Marías llama la moral con hueco.
Si ya no hay fundamento, si no hay nada seguro a qué atenerse, la vida se vuelve insegura, el azar pasa a reinar. Lo único seguro se vuelve la producción, la buena vida... ¿y dónde queda la vida buena? Pues sin verdad, sin criterios que nos permitan descubrir quiénes somos y a dónde vamos, es poco prometedor siquiera esforzarse por encontrar la respuesta. Siendo este el caso, las emociones y la pasión se vuelven el fundamento de nuestras opiniones en lo social y en lo personal, terminando por desesperarnos o por dejarnos llevar por lo que la vida nos depare (no por gusto la depresión y la ansiedad son el pan de cada día en nuestros días).
En los últimos años hemos visto lo mismo en todos los ámbitos de la vida. En toda clase de debates, lo que impera es el relativismo. La mayoría de personas prefieren zanjar una discusión con la frase de: "tu opinas esto y yo esto otro, ambas son igualmente válidas (seamos tolerantes)". Esta actitud -llamémosla epistemológica- es muy conveniente si lo que te interesa es la buena vida, cuestionarse es siempre algo que complica nuestro estar en el mundo...
Toda solución vacía suele causar una reacción adversa e igualmente irracional, que es el fundamentalismo acrítico. En el congreso hemos visto cómo el devenir de los tiempos se ha encarnado en un evento donde lo que se evidencia es un grupo de personas que apoyan una ley dando argumentos repetitivos sin ser capaces de entender a sus "rivales", y a un grupo de conservadores que repiten una serie de dogmas, ya sean religiosos o de "naturaleza", pero sin siquiera considerar cómo realmente lograr una comprensión seria con los llamados liberales o progresistas.
La Unión Civil entre personas del mismo sexo, es un tema que deviene de un lobby internacional que busca perpetuar una ideología de corte gramsciano (permítanme el neologismo para describir el aporte de Gramsci a este ímpetu por desmantelar las instituciones tradicionales), y que su misma impronta de izquierda hace que su fundamento esté en la confrontación. Pero la verdad, es que tanto las personas heterosexuales como homosexuales no buscan la confrontación, sino más bien una unión solidaria para poder convivir en paz y en respeto mutuo. Al final de cuentas, ¿acaso el fundamento de la dignidad no es que somos personas? La orientación o preferencia sexual no nos hace ni más ni menos personas, por ende, es un tema superfluo de algunos conservadores radicales querer comparar a esta minoría con psicópatas, parafílicos, etc. Igualmente, es absurdo que todo el que discrepe con la posición del colectivo LGTBI sea catalogado de homofóbico (algunos lo son, pero en el caso de los políticos y activistas LGTBI se lo aplican a todo el mundo sin que medie ningún criterio; por otro lado, creo que deberían utilizar otra palabra ya que nunca he visto a nadie con miedo o ansiedad intensa por encontrarse con una persona con dicha orientación sexual -si lo ponen en el DSM en una próxima edición me avisan...).
Por un lado, los contrarios al proyecto dan como argumento que la familia es natural y que permite y promueve la subsistencia del Estado (es la primera escuela de los futuros ciudadanos y da paso a la procreación), y que esta ley es un primer paso para debilitar la institución familiar. Asimismo, algunos pastores del congreso afirman la importancia de proteger el orden natural creado por Dios (en esto también se pronuncian las autoridades católicas).
Por otro lado, Bruce y el colectivo LGTBI afirman que el Estado debería reconocer sus derechos como ciudadanos y que no se les debería imponer un orden donde no pueden vivir su amor de modo libre y que esto no le hace daño a nadie -cabe destacar que este proyecto de ley no proponía adopción, sólo capacidad para que la pareja tenga los mismos beneficios sociales que los que tienen las parejas heterosexuales.
Ambas posturas adolecen de inconsistencia, puesto que no son razones sociales para promover o rechazar un proyecto de ley el estado natural de las cosas o el amor de pareja; y ni qué decir del hecho que es necesario fundamentar las posturas desde la luz natural de la razón y no con argumentos de la fe revelada. Lo importante es evaluar si aquello que se propone contribuye o no con el bien común, con la búsqueda por promover un estado donde los ciudadanos puedan vivir en armonía, se puedan desarrollar y tengan la seguridad necesaria. La Unión Civil de personas del mismo sexo se ha vuelto un diálogo entre sordos, donde lo que prima no son los argumentos, sino el poder. Es una lucha por el falo, como diría Lacan.
Mi postura es contraria a ambos. Considero que la familia sí es natural y se ordena a la sociedad, pero es en la sociedad donde adquiere su forma y sentido, por lo cual, es la sociedad la que le da su orientación y culminación. Entendido esto, la sociedad es anterior lógica y ontológicamente a la familia, ya que es su fin -y como bien se sabe en filosofía, el principio y el fin se identifican. Siendo este el caso, no se puede legislar en función de una "naturaleza" sin considerar el ser, más aún cuando el ser del que se habla no es determinado, sino variable y perfectible. Tampoco puedo estar de acuerdo con el argumento de Bruce, ya que parte de un error al considerar que los derechos se adquieren en función de intereses colectivos (sea de minorías o de mayorías)...los derechos se adquieren con la única finalidad de contribuir a la construcción de una sociedad justa y que permita el desarrollo de las personas que la integran (cabe destacar que en este punto incluyo los derechos fundamentales que se siguen de la dignidad del ser humano).
Pienso que lo más prudente es no ceder ante ninguna presión, y tampoco ceder a la pasión de nuestros intereses -sean estos de corte conservador o progresistas. Debemos ver la realidad tal cual se nos presenta y darnos cuenta que lo importante es la construcción de un accionar común que haga que todos podamos -en conjunto- estructurar una sociedad cada vez más justa y solidaria. Este horizonte existencial y social, desvela el hecho que para poder evitar una confrontación sin fin, lo importante es que se pongan las bases para institucionalizar el bien de la persona en igualdad de condiciones; y esto pasa por hacer patente la necesidad que se reconozcan los derechos de todos los ciudadanos por compartir con quien les plazca los beneficios sociales, de herencia y demás sin importar la condición de su relación (muy bien podría darse el caso que dos amigos no homosexuales quisieran vivir juntos y vivir una existencia de solteros y uno darle beneficios al otro; o primos, o hermanos, etc). No podemos legislar en función de intereses que no tengan como fin el bien común (sería tergiversar el fin de la política).
Habiendo dicho esto, quisiera cerrar este escrito diciendo que la política peruana no podrá ser auténtica a menos que los partidos políticos preparen adecuadamente a sus militantes, que la doctrina que enseñan responda a nuestros tiempos o se adecue a ellos sin tergiversar la verdad y siempre estando abierta al encuentro de nuevos argumentos que perfeccionen o incluso sean más acordes a la verdad, y que respeten una adecuada meritocracia donde los que sean verdaderamente mejores sean los que ganen. No podemos repetir argumentos del exterior que provienen de lobbys que alienarían nuestra identidad, y tampoco podemos ceder a la confrontación que pretende desmantelar las bases de la sociedad. Creo que debemos comenzar a pensar nuevos modos de enseñarle al mundo que en el Perú somos capaces de encontrar nuevas vías para vivir todos juntos en armonía -sin necesidad de legislar por unos pocos o aplastando a las minorías con los intereses de muchos, sino que nuestro objetivo sea velar por todos los peruanos- y así integrarnos más como sociedad, y sobretodo más como personas (donde la orientación sexual o cualquier otra diferencia no sea un punto para pelearnos; sino más bien un hito para crecer más como sociedad modelo para el mundo).
4 comentarios:
ABSOLUTAMENTE DE ACUERDO CON USTED
Gerardo Cabrejo, muchas gracias por su comentario.
Te felicito por el coraje de hablar claro sobre un tema en el que hay en realidad un solo bando, que representa a una minoría selecta y poderosa frente a una mayoría que no tiene cómo expresarse.
Muchas gracias querido amigo! Un fuerte abrazo.
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