El siguiente post expone mi manera de ver la ontología del ser humano, es decir, la manera como entiendo la estructura elemental del ser humano. Y lo escribí para aclarale unas dudas a Ricardo Milla que hizo un comentario a la primera parte de mi escrito sobre Antropología y Muerte. No se asusten si es muy técnico jaja, lo he hecho así para sentar el marco teórico de todas las afirmaciones que haga posteriormente. Obvio que en el camino puedo cambiar o mejorar ciertas cosas en mi punto de vista, pero bueno por el momento lo que expongo acá es mi pensamiento más personal.
De manera general te puedo decir que estoy de acuerdo con el viejo de Aristóteles en que una definición exhaustiva de un ser natural debe incluir el género y la especie; por lo que el ser humano puede definirse como un animal racional.
La especie se desliga del elemento determinante de un ser concreto que lo hace distinto de los demás seres que comparten el mismo género. En el caso de los hombres descubrimos que tiene 'sensibilia', por lo cual se inserta dentro del género animal; pero además caemos en la cuenta que es capaz de ajustarse a su entorno y a sí mismo a partir de un proceso cognitivo reflexivo, con lo que se encuentra que tiene una capacidad única llamada Intelecto o Logos por los antiguos, que por ser el rasgo distintivo del animal humano, es el elemento determinante de su especie.
Si se continúa con el análisis de la estructura ontológica de la persona humana, se hace necesario conocer la capacidad máxima que hace a un ser humano ser un ser inteligente. Ahora, si se pretende comprender una capacidad hay que seguir el camino ya otrora especificado por Aristóteles y Tomás, que consiste en la afirmación de que toda capacidad se define por su actividad y toda actividad por su objeto.
Ya que he mostrado que el ser humano es justamente humano por su logos o intelecto, ahora es necesario que analicemos el concepto de intelecto, para lo cual utilizaré el método de Aristóteles. El intelecto es una capacidad que tiene como actividad propia la aprehensión o la intelección de su objeto que es el ser.
Entonces, es a través de la inteligencia que el ser humano puede comprender su mundo y a sí mismo, y es por este rasgo que es una persona; ya que ser persona es ser un yo, es decir, un ente con capacidad de autoconsciencia y autoposesión.
Por otro lado, el poder conocer las cosas y a sí mismo hace que el ser humano pueda conocer el bien, esto es, aquello que en las cosas y en sí mismo encuentra como elementos que lo llevarán a perfeccionarse y a desplegar sus capacidades. Este conocimiento del bien en los seres hace que la persona humana se dirija a aquello que reconoce como bueno; por lo cual nos encontramos con una capacidad que consiste en la actividad de querer el bien.
Esta nueva capacidad de la que he hablado suele denominarse voluntad, y es según Tomás como un apetito propio de la razón ,y está subordinado al intelecto, en cuanto que se mueve por el bien conocido.
Ahora bien, continuando con un lenguaje tradicional, el hombre es un ser que existe, razón por la cual tiene su propio acto de ser (el acto de ser es la causa eficiente de la existencia de todas las cosas -es decir es el acto por el cual los seres son seres que existen), por lo cual le corresponde una manera única de desarrollar y madurar todos sus rasgos esenciales y accidentales.
El acto de ser al poner en acto a la esencia del ser, la hace existir; y es en el plano de la existencia que la persona humana ya constituida debe adecuarse a su entorno; para lo cual hace uso de sus recursos psicológicos y físicos, donde se destaca que el hombre se ajusta a su circunstancia anticipándose a lo que sucederá. Por eso en un análisis del ajuste del ser humano a su entorno, se destaca su orientación al futuro, ya que su inteligencia en acto lo lleva a predecir lo que sucederá de manera aproximativa para así saber a qué atenerse, en este sentido es que afirmo que la vida es futuriza.
El término 'futuriza' que utilizo para calificar a la vida, lo hago para destacar la radical orientación al futuro inherente a la estructura temporal de la existencia humana. Y si utilizo el sufijo -izo/a, lo hago porque en la lengua castellana este sufijo connota tendencia u orientación hacia algo (ej: cuando le decimos a alguien que es asustadizo, queremos decir que esa persona tiende usualmente a asustarse).
La importancia del deseo en la definición del hombre la pongo de manifiesto en el plano de la existencia actual, es decir en mi existencia aquí y ahora; ya que, el modo en el que yo me relaciono con mi entorno y conmigo mismo en cuanto persona (o sea, como individuo autoconsciente y que me autoposeo), es a través del deseo.
El deseo en un análisis meramente ontológico y analítico puede ser considerado en abstracto como 'algo' propio de la inteligencia. En cambio, en la existencia humana, en mi vida y en tu vida, el deseo es un proceso cognitivo complejo que ligando la imaginación con la inteligencia, permite al ser humano representarse diversos proyectos de vida que no necesariamente guardan relación con el bien descubierto en las cosas, pero ayudan a que el ser humano previva imaginativamente su relación con su entorno y no se limite a pensar en lo que quiere (ya que el querer está ligado con aquello que es factible alcanzar aquí y ahora).
Debido a que el deseo no se limita a los objetos reales, sino también a los irreales, es una actividad que está ligada a la estructura misma de la existencia humana, ya que mi vida y tu vida son estructuras abiertas y que si bien tienen limitaciones objetivas, son ilimitadas desde una perspectiva subjetiva si consideramos que la existencia per se es un proyecto nunca capaz de ser acabado.
El deseo es pues para mí lo que define la actividad que hace personal la existencia y dota de intimidad a la estructura temporal de la persona humana, debido a que la mueve a transformar su entorno y así hacer concreto lo que traza como representación anhelada en su conciencia. Este punto lo desarrollaré más adelante cuando termine de escribir y de investigar sobre el deseo. Pero adelanto que mi postura consiste en afirmar que la existencia humana es desiderativa por su naturaleza personal.
Este análisis de la existencia humana que he hecho, toma como base una ontología realista; pero al trascenderla se fundamenta en un análisis existencial de la vida humana que si bien toma en cuenta todos los elementos contitutivos del ser humano (su esencia y accidentes propios), lo hace desde la concreción de la vida diaria donde el ser actualmente existente se desenvuelve en relación con su entorno y consigo mismo.
Por último, es cierto que existen algunas personas que no quieren seguir siendo, pero incluso estas personas son capaces de proyectarse como perdurando en su propio ser; lo único que los diferencia es que en su juicio valorativo quieren la muerte porque la identifican con su bien o felicidad. Aún en este caso se ve la importancia del deseo, ya que en un estado de depresión crónica un paciente puede desear sentirse bien y vivir, pero ya no lo quiere porque percibe que no vale más la pena su propia vida.
Este post pone de manifiesto la ontología de la persona humana que defiendo en mi circunstancia actual, además que hace explícito el nivel de análisis en el que se mueve mi antropología.
6 comentarios:
Estimado Raúl;
Estoy bastante impresionado por la reflexión que has desarrollado sobre lo que antes se llamaba "psicología racional". Me gustaría que hicieras algo análogo con la vida colectiva, con una especie de fenomenología.
Un abrazo
VSR
Estimado Raúl:
Es muy grato ver que te hayan servido las preguntas que te hice, si bien no estaban del todo bien formuladas, has podido dar justo en dónde estaban las problemáticas que veía. De hecho tu aguza intelectual es algo loable de resaltar.
Bueno, creo que Aristóteles no es tan viejo, ja, ja.
Queda más que claro que la naturaleza propia del hombre es de ser un animal racional. Ahora bien, creo que el intellectus es una propiedad de la ratio, o mejor aún, es una forma de llamar a la ratio por medio de una operación, es decir, es la misma ratio que no actúa de manera discursiva sino directamente. En eso estamos de acuerdo.
Algo notable es tu distinción entre deseo y querer, es algo que resulta confuso y que le has dado claridad, aunque creo que el tema da para más, y sería bueno que lo vayas haciendo cada vez más luminoso. Se ve que el deseo y el querer son propiedades del alma, por así decirlo, y que depende de lo conocido, de la ratio, así la voluntas está subordinada a la ratio, si bien a veces no se es consciente de ello, pero eso no es tan importante, porque la conciencia o la no-conciencia de algo no implica que el neocortex con todo deje de funcionar como tal, ¿cierto? Entonces estarías contrario a Ockham, quien afirma que de la voluntas depende la ratio. Creo que en todo esto eres un fiel seguidor de Tomás (con ello no te afirmo como tomista).
Evidentemente el hombre es un ser a futuro, es un ser para el encuentro de no un sólo ahora con el ser y con un tú, sino para un encuentro que se proyecta, por ello decimos que el hombre es un proyecto y que se proyecta. El deseo sería, pues, su característica fenomenológica más central en el hombre, si bien en el orden del ser o de la metafísica la primacía la tiene la inteligencia.
Con todo, quedo más que satisfecho con tu post. Espero tu otro post sobre el derecho a la vida, pues creo que hay que aclarar mucho respecto a ello, además de que creo que se me ha malentendido, tal vez por responsabilidad mía, en mi blog y en mis últimos post.
Saludos,
Ricardo.
Estimado Victor Samuel:
Es un proyecto latente el desarrollar una fenomenología de la vida colectiva, pero aún tengo que madurar mis ideas sobre el tema.
Saludos,
Estimado Ricardo:
Yo pondría al revés el tema intelecto-ratio. Y más que hablar de la ratio como propiedad del intelecto, diría que es un modo de procesar y operar distinto del propio intelecto. En lo demás estamos de acuerdo.
Bismillahi Rahmani Rahim
Hola Raúl
Mencionas que el hombre es un animal racional, y dices al respecto: "En el caso de los hombres descubrimos que tiene 'sensibilia', por lo cual se inserta dentro del género animal".
No veo por qué la sensibilia lleve a esa identificación excepto que se asuma que deben quedar fuera del mapa general de los seres (por inexistentes) seres que sin embargo las cosmovisiones religiosas contemplan desde antiguo (y que sus visionarios, también a lo largo de los siglos y desde tradiciones distintas, comunican haber atestiguado desde antiguo).
Si, bajo una cosmología revelada, se nos dice -como hacen de ese modo o de modos equivalentes fácilmente detectables muchas religiones- que en el orden de los seres contemplamos animales, vegetales, seres humanos ... y seres del 'No-Visto' tales como ángeles y otros seres igualmente inteligentes distintos a los seres humanos y a los ángeles, la apreciación puede cambiar por completo.
Bajo esta apreciación amplia del cúmulo de seres, tanto se podría decir (forzando en ambos casos las cosas) que el hombre es un animal racional como que es un ángel corpóreo. Y ninguna de las dos afirmaciones, examinadas en dicha clave, sería correcta.
Puestos en dicha clave, el hombre ni es animal, pues tiene un alma inmortal, ni es un ángel, pues tiene voluntad de decidir entre el bien o el mal.
Más aún, si en vez del dualismo cuerpo-alma nos ubicamos en la tríada cuerpo, anima y spiritus, el asunto se ve aún con más claridad (esta tríada está recogida en el NT en una cita de Pablo).
Podría, bajo tales perspectivas, más claramente decirse que 'en su esencia misma' -permítaseme ese giro abreviatorio meramente indicativo-, el hombre es un ser propio y sui generis originado a mitad de la distancia entre el animal y el ángel.
De modo que la percepción y definición de que el hombre es animal racional viene a ser, para estas antropologías religiosas, un reduccionismo degradatorio.
Y filosóficamente, lo de 'animal racional' lo veo, afirmado en nuestro mundo de hoy, como deudor de una percepción del mundo moldeada sobre influjos del reduccionismo evolucionista.
Se dirá, 'claro, pero esos son datos de tipo religioso, no filosófico'. Sí y no.
La filosofía no puede por sí misma decir qué haya en la physis (ejemplo obvio: sería tan absurdo pretender demostrar filosóficamente, por ejemplo, que la composición de la atmósfera en Marte es X o Y, como negar que lo sea; simplemente, lo que haya en la atmósfera de Marte es asunto de las formas de percepción de la realidad, y no del pensar sobre esa misma realidad que ya asumimos, como 'dada', como mundo que evaluamos y re-aprehendemos filosóficamente).
Qué haya o qué no haya en el inmenso mundo de allí afuera que nos rodea no lo decide la filosofía, claro.
Y consecuentemente la problemática que plantea la posición desde la cual digo que el hombre no es un animal racional (no porque no sea racional sino porque simplemente no es animal), es una problemática precedente a la posibilidad de capturar o aprehender lo sui generis del ser humano.
Tenemos por un lado el expediente común contemporáneo (común tanto al creyente como al no creyente, así de avanzada está la secularización), que sin embargo no por común alcanza el grado de evidencia dada tanto en lo que dice como en lo que deja fuera: que lo que haya 'allí afuera' lo decide (sólo o con verdadera autoridad sólo) la ciencia, la geología, la botánica, etc.
Y tenemos, frente a ello, el otro expediente: que las Revelaciones que han habido en el mundo contemplan también indicaciones respecto a cuáles son los órdenes de los seres -por no hablar ya de las misteriosofías testimoniales que han habido en ellas-, y que ese conocimiento es también conocimiento por derecho propio y por ende su 'data' debe contemplarse cuando de pensar la especificidad humana se trata.
Para asumir lo del 'animal racional', la antropología filosófica debe hacer primero cuestión y defensa de su posición de dejar de lado este segundo expediente de visión de la realidad, pues sólo así asume su carácter de verosimilitud.
No es en absoluto inocente, en cuanto a sus efectos en las cosas humanas, el que el ser humano acepte percibirse a sí mismo como un animal, sólo que de una clase especial (mas animal después de todo). Está en juego mucho.
Por lo demás, en relación a este asunto del expediente de 'lo real' y lo real que nos viene dado como impuesto desde fuera, y en relación a lo conocible racionalmente, he dejado un comentario algo extenso a propósito en el el blog Filoblogsofía como notas al post 'Metafísica cuántica y conocimiento ratiovitalista'.
Saludos,
Nureddin
Estimado Nureddin:
Es muy grato siempre recibir noticias tuyas, sobretodo porque haces que retome algunos temas y los vuelva a proponer viendo las carencias y fortalezas de mi punto de vista.
En primer lugar nunca he excluido ni real ni idealmente la posibilidad existencial de seres espirituales puros. Del hecho que afirme que el hombre es un animal racional no se sigue en ninguna forma que niegue la posibilidad de que existan lo que la filosofía tradicional llamaba formas puras o ángeles y Dios.
Ahora, lo de la sensibilia, sólo es un concepto que sirve para describir una cierta capacidad humana, que es compartida por otros seres naturales, que por tener esa capacidad se insertan dentro del género animal. Esta es una mera descripción propia de una ciencia natural.
Esto no es caer en un reduccionismo puesto que, per se, decir que un ser tiene sensibilidad consiste únicamente en reconocer una verdad de hecho, y que no implica la negación de que a su vez pueda existir un alma inmortal en el hombre. El plano de la consideración de si existe o no un alma inmortal ya no cae en el plano de la descripción sino en el plano de la reflexión y de la metafísica propiamente dicha.
Decir que el hombre es un ángel corpóreo o un animal racional tienes razón en que son modos equivalentes de designarlo, pero el primero tiene el defecto de que redunda y se identifica con la definición del hombre como animal racional; ya que si ángel lo sería por sus operaciones superiores y su modo particular de ser, y sería corpóreo por tener un cuerpo que es capaz de sentir. El punto de la identificación genérica del hombre con los demás animales seguiría en pie con tu planteamiento.
Es cierto que se puede caer en un reduccionismo degradatorio y decir que el hombre es un animal como cualquier otro y negar su absoluta especificidad, pero esto escapa al planteamiento de género y especie tal cual yo lo he postulado. Por eso es que puse énfasis en la capacidad intelectual del ser humano y su ser desiderativo (sobre este punto puedes leer mi último post de Antropología y muerte parte 2.
Yo estoy de acuerdo en que la filosofía no puede decidir lo que hay en el mundo, sino que debe reconocer que ya está ahí dado y con lo que se va encontrando en su vida.
Ahora, la filosofía tiene como base de su reflexión la razón natural o la consideración racional de lo real tal cual está dado; pero por cuestión propia de su definición no puede tomar como base de su reflexión lo que ha sido revelado.
Si bien la filosofía puede estudiar los problemas que traen las revelaciones a la razón y a la vida del hombre, lo hace en tanto que las piensa como sistemas semánticos que pueden ser comprendidos o incluso refutados si fuera el caso que no se ajustan a la realidad y a la lógica. Por ejemplo una religión que no acatará el principio de no contradicción sería un absurdo que la filosofia muy bien podría demostrar su falsedad.
El otro expediente, como tu lo llamas, es un expediente que puede ser muy real, pero que escapa de la reflexión propiamente filosófica al no ser accesible a la razón natural. En el caso del expediente de las revelaciones estamos hablando ya de una especulación teológica y se hablaría de antropología teológica.
En conclusión no pienso que sea reduccionista hablar del ser humano como animal racional. Incluso pensadores como Tomás de Aquino o de la actualidad como Edith Stein han postulado que la grandeza del hombre consiste en ser un animal racional, ya que así comparte con las especies más desarrolladas de la existencia material su cuerpo y sensibilidad (es decir su género) y con los ángeles y Dios su Intelecto que manifiesta su espíritu. Y es por esto que se puede hablar del hombre como un ente que hace las veces de puente entre dos modos de existir. Con esto último se prueba el carácter abierto y no reduccionista de la definición de animal racional.
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