martes, 30 de junio de 2009
Relaciones y productividad
jueves, 28 de mayo de 2009
Liberalismo reaccionario
martes, 5 de mayo de 2009
Antropología y Muerte (Parte II-III)
Esta es la segunda parte de mi post sobre antropología y muerte, espero que pueda ser comentado y ayude a profundizar ciertos temas que pienso que no han sido tratados con la rigurosidad necesaria en la actualidad.
En filosofía y en psicología se le ha dado mucha importancia al querer, pero no se ha resaltado lo suficiente la relevancia antropológica que tiene el deseo. El deseo es un proceso complejo que, ligando la imaginación con la inteligencia, permite que cada persona pueda virtualmente trazarse diversas trayectorias que en su vida cotidiana no podría realizar efectivamente; y se diferencia del querer en que no es un acto que esté determinado directamente por la circunstancia temporal, lo cual posibilita que la actividad psíquica consciente no esté -en el caso del deseo- circunscrita a las limitaciones propias del aquí y ahora.
Un ejemplo de la distinción que he mencionado sobre el querer y el deseo está en que -cuando deseamos- podemos vislumbrar imaginativamente diversas realizaciones del propio yo e incluso vivir virtualmente una determinada consecución de un bien particular y aprehenderlo en una experiencia interna de apropiación intencional. Es decir, mientras que en el querer se está limitado por los objetos que de alguna manera son asequibles a la circunstancia concreta del yo real del sujeto o incluso a los objetos del yo ideal (esto es, el yo que el sujeto quiere llegar a ser si logra conseguir sus metas); en el caso del deseo, la persona puede imaginarse realizando y actualizando potencialidades que no necesariamente posee en sí mismo, pero que de alguna manera son anhelados por la actividad psíquica inconsciente.
En una antropología que se olvida del carácter fundacional del deseo en la existencia humana, es normal que como consecuencia lógica se deje de lado la radical apertura de la vida hacia el futuro; lo cual necesariamente opaca el tema de la ultimidades y de la pregunta humana básica de: ¿qué va a ser de mí? Si como estamos acostumbrados en la sociedad liberal occidental, se aparta del horizonte la vida buena en términos de verdad y bien, y se pasa a una sociedad de la absoluta tolerancia y de un pensamiento débil o una mera conversación (al modo del relativismo rortyano), ya no se podrá insertar en la vida cotidiana la religiosidad natural inherente a la naturaleza experiencial de la persona humana; ya que el relativismo y la falta de búsqueda por un absoluto aunque sea hipotético en materia de conocimiento, hace que las personas renuncien –incluso en el plano inconsciente- a relacionarse con lo trascendente vital –es decir, con aquello que sin tener certeza de su existencia, la persona descubre como necesario para su vida.
El deseo, como ya dije, es un proceso que hunde sus raíces en la actividad psíquica inconsciente, y por ende está sujeto a la influencia de las pulsiones instintivas. La persona desea todo lo que le es apetecible de algún modo, pero al ser el deseo un acto de la persona como un todo, este proceso desiderativo se inscribe también en la potencialidad total de la vida. Es decir, en la medida en que el ser humano se descubre como un yo y se entiende como individuo, se le hace patente a su conciencia que su vida es su yo en acción –en su dinámica de encuentro con lo otro y consigo mismo- y por ende, le es inherente apetecer su propia existencia en cuanto que esa existencia es su yo actual.
Es pues, dentro la línea de argumentación que he venido desarrollando, una conclusión que cae bajo su propio peso el postular que el deseo por permanecer siendo es el deseo por excelencia; puesto que es aquel que subyace a todos los demás, ya que, solo en la medida en que deseo seguir operando y actuando (esto es, seguir existiendo) es que puedo desear por ejemplo ser un astronauta. Desear ser un astronauta presupone que deseo poseer esa realidad posible de algún modo, pero esto sólo se entiende si está implícito mi búsqueda o apetencia de mi propio yo en acción.
El deseo, para resumir, se define como un proceso complejo que integra la inteligencia, la imaginación y las pulsiones instintivas (es decir integra la actividad psíquica consciente con la inconsciente) en una posibilidad de realización de todo aquello que puede ser potencialmente parte de la vida del sujeto. Incluso lo que no es posible, como desear ser un caballo o poder teletransportarse puede ser deseado por un sujeto. La única condición para que el objeto sea deseado es que se relacione con la persona desde el futuro, ya que el deseo desde una perspectiva de la acción humana, consiste en la apetencia de aquello que no poseyéndose, puede ser realizado imaginativamente o en algún momento de la existencia. Cabe destacar que se puede desear tanto objetos o eventos pasados, presentes o futuros. Por ejemplo, yo podría desear haber aprendido a tocar piano en mi pasado, en el presente ser pianista amateur y en mi futuro ser el más grande concertista de la historia. Ahora bien, puedo desear realidades pasadas o presentes en la medida en que me posiciono imaginativamente en una perspectiva tal que tanto el presente como el pasado son vistos como realizables en mi futuro imaginativo (es en este horizonte que aparece la nostalgia y la frustración –estos puntos ya los trataré en otro post).
Pero la total apertura desiderativa propia del sujeto humano hace que la posibilidad existencial de su muerte se vea como una pared a su proyección en la acción. Y esto permite que desde una perspectiva de la persona como un yo en acción, se plantee la posibilidad imaginativa de proyectarse incluso después de la muerte. La persona como proyecto es un ‘dato’ nunca acabado, y esto se evidencia en que una persona incluso cuando está con cáncer terminal sigue viviendo como si el siguiente segundo fuera una posibilidad de realización de una determinada acción. Esta contradicción entre lo finito de nuestra existencia -que se debe a su constitución empírica concreta-, con la apertura proyectiva propia del yo humano, hace que surja un deseo de inmortalidad implícito. Incluso un suicida cuando se mata lo hace porque ya no desea vivir, pero no la vida en general, sino, esta vida en concreto; por lo cual, su acción también se inscribe en un deseo de realizar proyectivamente su propio yo. Si a un suicida le dieran la oportunidad de cambiar radicalmente su circunstancia tal cual él la percibe, su acción se dirigiría a la posesión de su circunstancia y de su yo vital, y ya no a su propia muerte.
Poseer es, desde mi perspectiva, un acto de hacer íntimo aquello que se presenta en primera instancia como un no-yo. ‘Íntimo’ es aquello que radica en mi vida y forma parte de mi circunstancia, es aquello que ya ha dejado de ser simplemente una realidad “objetiva” y ha pasado a ser una realidad en mí. Así pues también en el plano del deseo, existe el deseo como actividad inestructurada que se puede dirigir a cualquier objeto (ideal o real) y el deseo como actividad estructurada que se dirige a objetos ideales o reales que están en consonancia con el argumento o contenido biográfico de una persona en concreto. A este deseo que se inscribe ya en la vida concreta, y por ende es ya un deseo personal lo llamaré como Julián Marías una ilusión. Es la ilusión donde confluyen el querer y el desear, puesto que cuando algo ilusiona o se percibe como necesario para poder seguir siendo, no sólo se desea como posibilidad, sino que se desea como realidad, lo cual lleva a que el sujeto quiera poner los medios para alcanzar y realizar eso que él percibe como fundamento de su despliegue personal.
En mi siguiente y último post de esta trilogía, profundizaré el tema de la ilusión y la muerte, y el problema ya enunciado aquí de la sociedad relativista junto con el problema antropológico que puede estar en la base de una cultura de valores que se basan en la tolerancia como piedra angular.
lunes, 20 de abril de 2009
Escuelas que aprenden?
‘Escuelas que aprenden’ es un concepto complejo que –basándose en una visión constructivista[1] de la educación- designa a las escuelas como centros culturales que deben poseer en sí dinamismos internos de liderazgo y desarrollo de capacidades, rendición de cuentas de los logros realizados, desarrollo de innovaciones e investigaciones; así como condiciones externas, entre las cuales se encuentran: políticas efectivas de descentralización de la educación, formación continua de los profesores, disponibilidad de recursos y apoyo de la comunidad local y de las organizaciones de la sociedad civil en general.
Ahora, postular que las escuelas pueden aprender, presupone considerarlas como entes estructurados y dinámicos capaces de actuar como un todo integrado que en función a un modelo de gestión de la calidad total (“gestión que busca responder a las necesidades de los usuarios y clientes, adelantándose a lo que ellos esperan”[2]) pueda hacer que “tanto directivos, docentes, estudiantes y padres de familia compartan[3] una visión común, tengan expectativas altas sobre lo se espera del trabajo educativo, tengan un vínculo significativo con la comunidad y las organizaciones de su contexto”[4].
El Perú carece de sistemas efectivos de educación sobretodo en el ámbito rural y en la educación pública en general; por lo cual, es manifiesto que un proceso como el que se propone en el concepto de ‘escuelas que aprenden’, sólo puede desarrollarse a largo plazo y en la medida en que el Estado genere una cultura educativa nueva que promueva los dinamismos y condiciones externas mencionadas en el primer párrafo. Esta realidad negativa en educación se ha generado por la fuerte centralización del sistema político y administrativo, lo que se refleja en los diversos estudios que se han hecho en nuestro país, que muestran un bajo rendimiento tanto por parte de alumnos como por parte de profesores.
Actualmente se ha fijado una política de descentralización generalizada, que ha caído en una lógica política y económica, donde no se ha buscado contextualizar de manera adecuada la curricula de los diversos centros educativos de las regiones nacionales, si bien sí se ha enfatizado una mayor participación de la sociedad local. Asimismo, se ha avanzado con programas de formación docente, pero se ha visto que no son efectivos, puesto que no son adecuadamente dictados o porque lo que se enseña no es aplicable a la circunstancia de los profesores de las zonas rurales. Muchas veces una traba para el desarrollo de la educación en el Perú, es que las escuelas carecen de los dinamismos internos necesarios para poder explotar las facilidades externas que el Estado le otorga.
En mi opinión, el Estado antes de poner tanto énfasis en crear las condiciones externas para que se dé una mayor eficiencia y desarrollo en las escuelas, debería priorizar estudios sociológicos y psicológicos que puedan impulsar una nueva cultura organizacional de la educación; ya que el sistema tradicional y rígido (propio de un sistema educativo centralizado y sin vistas a una maduración tecnológica) ha creado un proceso de anquilosamiento generalizado que no va a permitir –o en su defecto va a interrumpir sustancialmente- todo intento de modificar el sistema educativo. Y, a mi entender, el cambio únicamente se puede lograr cuando se transformen los valores y costumbres de las personas en función de los objetivos y de las metas propias de la educación.
Ahora bien, para hacer un verdadero cambio en la mentalidad de los miembros de las instituciones educativas, se debe tener una mayor comprensión de la realidad en la que viven los alumnos y profesores, así como generar una mayor conciencia de la escuela como una entidad dinámica que debe fortalecerse como un todo, esto es, como un sistema unitario y que en sí posea los valores necesarios para madurar el despliegue de sus capacidades como institución.
Por otro lado, se debe resaltar el papel relacional de la escuela como institución, que se evidencia en la prioridad educativa que tiene el trabajo en equipo y la interrelación del contexto externo (entiéndase familia, sociedad civil) con el interno (director y staff administrativo, profesores, y alumnos), todos estos siendo puntos que se corresponden con la propuesta de la escuela como entidad en desarrollo.
Pienso que no se le ha dado suficiente importancia al facto que el cambio debe provenir de la cultura misma de las organizaciones educativas, ya que se exponen como factores igualmente relevantes las condiciones externas y los dinamismos internos de las escuelas, hecho que puede ser ejemplificado con los muchos discursos políticos que siempre subrayan el tema de la infraestructura, de los sueldos y del material (ej: es anecdótico que les regalen computadoras a niños de pueblos rurales, cuando ni siquiera tienen el sistema educativo necesario para ajustar su conducta a la tecnología brindada por el Estado) Asimismo, pienso que la perspectiva que he expuesto, debe complementarse con un análisis de la calidad total, para que así el desarrollo y la maduración sean la meta motivadora de la entidad educativa.
En conclusión, el concepto de ‘escuelas que aprenden’ es un concepto complejo que busca generar en las escuelas una conciencia de entidad dinámica, que con el debido apoyo del Estado, pueda generar una cultura organizacional adecuada para el desarrollo integral del sistema educativo peruano. Espero que este breve escrito los lleve a reflexionar sobre la realidad peruana, si bien con algunos cuantos cambios puede ser extrapolada a otros países latinoamericanos.
[1] La visión constructivista estudia el aprendizaje y el desarrollo del conocimiento tanto desde una perspectiva individual, como es el caso de Piaget, como de una perspectiva que, además de lo individual, tiene como referencia el aspecto sociocultural y focaliza el estudio de los procesos mentales dentro de la acción social (Vigotsky). En el caso de las escuelas como instituciones, el constructivismo es una visión que promueve programas de integración en su contexto socio-cultural.
[2] SANZ, Rafael. Orientación psicopedagógica y calidad educativa. Pág. 40. Ed: Pirámide. 2001
[3] Se ha utilizado la cursiva en esta cita para designar aquellas palabras que han sido modificadas para adecuarlas al contexto del ensayo.
[4] BOLAÑOS, Fernando. Escuelas que aprenden y se desarrollan: un reto para la educación de hoy. Pág. 11. Universidad Cayetano Heredia: 2001
martes, 14 de abril de 2009
Deseo y ontología!!
El siguiente post expone mi manera de ver la ontología del ser humano, es decir, la manera como entiendo la estructura elemental del ser humano. Y lo escribí para aclarale unas dudas a Ricardo Milla que hizo un comentario a la primera parte de mi escrito sobre Antropología y Muerte. No se asusten si es muy técnico jaja, lo he hecho así para sentar el marco teórico de todas las afirmaciones que haga posteriormente. Obvio que en el camino puedo cambiar o mejorar ciertas cosas en mi punto de vista, pero bueno por el momento lo que expongo acá es mi pensamiento más personal.
De manera general te puedo decir que estoy de acuerdo con el viejo de Aristóteles en que una definición exhaustiva de un ser natural debe incluir el género y la especie; por lo que el ser humano puede definirse como un animal racional.
La especie se desliga del elemento determinante de un ser concreto que lo hace distinto de los demás seres que comparten el mismo género. En el caso de los hombres descubrimos que tiene 'sensibilia', por lo cual se inserta dentro del género animal; pero además caemos en la cuenta que es capaz de ajustarse a su entorno y a sí mismo a partir de un proceso cognitivo reflexivo, con lo que se encuentra que tiene una capacidad única llamada Intelecto o Logos por los antiguos, que por ser el rasgo distintivo del animal humano, es el elemento determinante de su especie.
Si se continúa con el análisis de la estructura ontológica de la persona humana, se hace necesario conocer la capacidad máxima que hace a un ser humano ser un ser inteligente. Ahora, si se pretende comprender una capacidad hay que seguir el camino ya otrora especificado por Aristóteles y Tomás, que consiste en la afirmación de que toda capacidad se define por su actividad y toda actividad por su objeto.
Ya que he mostrado que el ser humano es justamente humano por su logos o intelecto, ahora es necesario que analicemos el concepto de intelecto, para lo cual utilizaré el método de Aristóteles. El intelecto es una capacidad que tiene como actividad propia la aprehensión o la intelección de su objeto que es el ser.
Entonces, es a través de la inteligencia que el ser humano puede comprender su mundo y a sí mismo, y es por este rasgo que es una persona; ya que ser persona es ser un yo, es decir, un ente con capacidad de autoconsciencia y autoposesión.
Por otro lado, el poder conocer las cosas y a sí mismo hace que el ser humano pueda conocer el bien, esto es, aquello que en las cosas y en sí mismo encuentra como elementos que lo llevarán a perfeccionarse y a desplegar sus capacidades. Este conocimiento del bien en los seres hace que la persona humana se dirija a aquello que reconoce como bueno; por lo cual nos encontramos con una capacidad que consiste en la actividad de querer el bien.
Esta nueva capacidad de la que he hablado suele denominarse voluntad, y es según Tomás como un apetito propio de la razón ,y está subordinado al intelecto, en cuanto que se mueve por el bien conocido.
Ahora bien, continuando con un lenguaje tradicional, el hombre es un ser que existe, razón por la cual tiene su propio acto de ser (el acto de ser es la causa eficiente de la existencia de todas las cosas -es decir es el acto por el cual los seres son seres que existen), por lo cual le corresponde una manera única de desarrollar y madurar todos sus rasgos esenciales y accidentales.
El acto de ser al poner en acto a la esencia del ser, la hace existir; y es en el plano de la existencia que la persona humana ya constituida debe adecuarse a su entorno; para lo cual hace uso de sus recursos psicológicos y físicos, donde se destaca que el hombre se ajusta a su circunstancia anticipándose a lo que sucederá. Por eso en un análisis del ajuste del ser humano a su entorno, se destaca su orientación al futuro, ya que su inteligencia en acto lo lleva a predecir lo que sucederá de manera aproximativa para así saber a qué atenerse, en este sentido es que afirmo que la vida es futuriza.
El término 'futuriza' que utilizo para calificar a la vida, lo hago para destacar la radical orientación al futuro inherente a la estructura temporal de la existencia humana. Y si utilizo el sufijo -izo/a, lo hago porque en la lengua castellana este sufijo connota tendencia u orientación hacia algo (ej: cuando le decimos a alguien que es asustadizo, queremos decir que esa persona tiende usualmente a asustarse).
La importancia del deseo en la definición del hombre la pongo de manifiesto en el plano de la existencia actual, es decir en mi existencia aquí y ahora; ya que, el modo en el que yo me relaciono con mi entorno y conmigo mismo en cuanto persona (o sea, como individuo autoconsciente y que me autoposeo), es a través del deseo.
El deseo en un análisis meramente ontológico y analítico puede ser considerado en abstracto como 'algo' propio de la inteligencia. En cambio, en la existencia humana, en mi vida y en tu vida, el deseo es un proceso cognitivo complejo que ligando la imaginación con la inteligencia, permite al ser humano representarse diversos proyectos de vida que no necesariamente guardan relación con el bien descubierto en las cosas, pero ayudan a que el ser humano previva imaginativamente su relación con su entorno y no se limite a pensar en lo que quiere (ya que el querer está ligado con aquello que es factible alcanzar aquí y ahora).
Debido a que el deseo no se limita a los objetos reales, sino también a los irreales, es una actividad que está ligada a la estructura misma de la existencia humana, ya que mi vida y tu vida son estructuras abiertas y que si bien tienen limitaciones objetivas, son ilimitadas desde una perspectiva subjetiva si consideramos que la existencia per se es un proyecto nunca capaz de ser acabado.
El deseo es pues para mí lo que define la actividad que hace personal la existencia y dota de intimidad a la estructura temporal de la persona humana, debido a que la mueve a transformar su entorno y así hacer concreto lo que traza como representación anhelada en su conciencia. Este punto lo desarrollaré más adelante cuando termine de escribir y de investigar sobre el deseo. Pero adelanto que mi postura consiste en afirmar que la existencia humana es desiderativa por su naturaleza personal.
Este análisis de la existencia humana que he hecho, toma como base una ontología realista; pero al trascenderla se fundamenta en un análisis existencial de la vida humana que si bien toma en cuenta todos los elementos contitutivos del ser humano (su esencia y accidentes propios), lo hace desde la concreción de la vida diaria donde el ser actualmente existente se desenvuelve en relación con su entorno y consigo mismo.
Por último, es cierto que existen algunas personas que no quieren seguir siendo, pero incluso estas personas son capaces de proyectarse como perdurando en su propio ser; lo único que los diferencia es que en su juicio valorativo quieren la muerte porque la identifican con su bien o felicidad. Aún en este caso se ve la importancia del deseo, ya que en un estado de depresión crónica un paciente puede desear sentirse bien y vivir, pero ya no lo quiere porque percibe que no vale más la pena su propia vida.
Este post pone de manifiesto la ontología de la persona humana que defiendo en mi circunstancia actual, además que hace explícito el nivel de análisis en el que se mueve mi antropología.
jueves, 9 de abril de 2009
Antropología y Muerte (Parte I-III)
Unamuno comenta en su obra principal (El sentimiento trágico de la vida) que la vida humana está signada por la muerte y por la finitud, pero que aún así existe en el hombre un deseo de permanecer siendo, que lo lleva a rebelarse contra dicha finitud; y hasta tal punto es esto verdad para el escritor español que en una parte de su obra exclama: "Yo no dimito de la vida, sino que se me destituirá de ella!". Y es en esta frase donde se revela lo más íntimo del pensamiento de Unamuno, que consiste en la fundamental convicción de que el ser humano tiene una universal tendencia a la inmortalidad, o como él mismo lo postula, a no morir nunca del todo.
La realidad de la muerte y de los límites que determinan la capacidad de obrar humana son evidentes. Mas, por otro lado, como ya menciona Unamuno, existe en lo profundo de cada persona una tendencia constitutiva hacia la continuidad en el ser, que está enraizada en la vida humana misma y sirve de impulso que direcciona al ser humano a su autorrealización en una perspectiva de eternidad; es decir, lo lleva a entender su propia vida como un proyecto sin límites y con la potencialidad imaginativa de perdurar en su propia existencia.
Julián Marías en su Antropología Metafísica afirma: “Hasta tal punto es la mortalidad una determinación de la condición humana, que la palabra ‘mortal’ ha significado milenariamente hombre”. Y es que como bien dice Marías, “la mortalidad no es sólo que se puede morir, sino además que se tiene que morir”. Este tener que morir, es parte estructural del ser humano, por lo cual, es un dato con el cual el hombre tiene que contar para proyectarse en su vida si es que pretende vivir auténticamente. Pero este dato ‘esencial’ de la vida humana que es la muerte, no tiene sentido personal en sí mismo, puesto que propiamente no sabemos lo que es mi o tu muerte, ya que la muerte personal es algo con lo que sólo nos encontramos de manera indirecta en la muerte de los otros, y sólo podemos pre-vivirla biográficamente en nuestra imaginación.
Y esta pre-vivencia de la muerte se enmarca dentro de la estructura orientada al futuro de la vida humana. La vida es futuriza por su esencia, es decir, está orientada radicalmente a lo que sucederá, por eso, incluso cuando una persona recuerda su pasado lo hace desde su presente, y en tanto dicho recuerdo esté relacionado con su proyecto implícito de ser. Es por esto que todo ser humano, dentro de mi manera de ver el mundo, es un ser de expectativas. Y si se me permite definir a la persona humana, diría que es más un ser de deseos que de voluntad o de inteligencia; por lo cual, dentro de la antropología que defiendo, la voluntad y la inteligencia serían capacidades al servicio del deseo.