Desde la primera mitad del siglo XIX con Marx, Engels y algunos otros socialistas como Proudhon (que posteriormente sería considerado uno de los padres del movimiento anarquista moderno), se puso especial énfasis en la relevancia que tiene el ser humano en la producción de bienes, intentando desde una postura hegeliana hacer un movimiento que haga las veces de una antítesis contra el movimiento capitalista que funcionaliza la vida de los seres humanos. Esta puesta en primer plano por parte de los autores socialistas (en especial por Marx en “Das Kapital”) de lo inhumano de las relaciones que la Industria imponía en el binomio empresario-proletario, trajo consigo una toma de conciencia de lo importante que es tomar en cuenta a cada ser humano y revalorizar su papel en el ámbito de lo social. El movimiento socialista fue así una respuesta moderna en contra del sistema individualista que se estaba gestando en torno al liberalismo clásico inglés y continental, y llamo la atención sobre el hombre como individuo social que cumple un rol y una función que debe ser tan estimada como la de los dueños del capital. Estas ideas socialistas fueron el germen de todo un movimiento intelectual diverso que tenía como su esencia propia el pensar al ser humano a partir de las relaciones que entablaba con su entorno.
Ahora bien, los pensadores socialistas estuvieron en lo correcto al afirmar que el hombre debería comenzar a ser valorado en todas sus funciones sociales, ya que esa era la única manera de superar el descontento patente en la relaciones del binomio empresario-proletario. Pero fallaron al no hacer una verdadera superación del problema que se encontraba inherente en el sistema capitalista liberal, que era el considerar al ser humano como una función de un sistema determinado. El sistema capitalista buscaba que la sociedad se guiará en sus relaciones según una cierta moral de intereses, donde el hombre era considerado a partir de una suerte de egoísmo natural; y en el marxismo o socialismo el ser humano termina por ser subsumido como parte o –en términos de Hegel- un momento del devenir socio-histórico, por lo que su dignidad era considerada sólo a partir de una reconsideración de su función, es decir, el ser humano es valioso por su función social. Ambas maneras de entender las relaciones humanas entre una autoridad y un empleado, se han mostrado igualmente insatisfactorias en la historia, causando grandes revoluciones en países como Rusia y en los países eslavos; y el capitalismo causando un aumento en el siglo XIX de suicidios que fueron convenientemente estudiados en el famoso estudio de Durkheim.
Una vez que ya estaba en el primer plano de relevancia las relaciones sociales como parte de la vida del ser humano después de la revolución industrial, se comenzó a intentar desde las diversas doctrinas de pensamiento a dar respuestas posibles sobre tipos de relaciones que pudieran ser efectivas en una cultura centrada en la producción y que a la vez respetará la dignidad del ser humano. Un primer intento ante las fallas que presentaba tanto el socialismo como el capitalismo fue la propuesta de la Iglesia, con lo que se llamó la respuesta reaccionaria del Papa Pío IX y con pensadores como Bonald, Donoso Cortés (ambos especialmente influidos por el conde De Maistre, gran reaccionario del siglo XVIII). Estos pensadores, incluyendo al Papa reaccionario, tenían como premisa principal que el ser humano sólo podía ser rescatado de las manos de la funcionalización de la vida si se recuperaba la visión de que el hombre es un ser llamado a la trascendencia por ser una creatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Para estos pensadores, no podría superarse la insatisfacción inherente a la vida de industria desde un análisis meramente económico del ser humano. Tanto el socialismo como el capitalismo pensaban que el ser humano era una entidad económica que se entendía a partir de un sistema social o de producción determinado. Pero el ser humano –en palabras del propio Papa reaccionario- es una persona, y por ende, nunca logrará satisfacerse si se le toma como un medio y no como un fin. Para estos pensadores cristianos, toda institución sólo podrá alcanzar efectivamente sus metas si es que la producción está subordinada a las necesidades reales de la persona humana, considerando que el sistema no es el fin, sino el medio para que el hombre alcance su propio telos, o fin vital.
Donoso Cortés escribió un libro que se llama “Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo”, donde denuncia que tanto el liberalismo como el socialismo son sistemas de organización ineficientes porque se olvidan de la auténtica esencia humana que si bien es social e individual a la vez, está orientada con fines trascendentes al sistema mismo en el que vive. Además, da la conclusión lógica casi evidente de que si un ser humano no es respetado en sus necesidades, no podrá producir ni desarrollarse óptimamente en sociedad. Entonces, es evidente que estos autores rescatan de nuevo la dignidad del ser humano y buscan hacer que las relaciones humanas sean relaciones de personas, es decir, donde no se vea al otro como un medio. Sobre este punto es interesante ver cómo se rescata ese dicho tan hermoso que otrora mencionara Kant en su libro “Metafísica de las costumbres”: “el ser humano es un fin en sí mismo, y nunca puede ser considerado como medio”. Si bien el idealismo en filosofía contribuyó al desarrollo posterior del pensamiento liberal individualista, es de resaltar que entre sus ideas clave, estaba el que no se puede instrumentalizar la existencia humana bajo ningún criterio.
A finales del siglo XIX, con toda la reflexión previa que se fue acumulando sobre la experiencia del hombre post revolución industrial, se generó un pensamiento innovador del cual fue el padre legítimo el gran pensador alemán Wilhelm Dilthey. Dilthey puso en primer plano la vida humana en la reflexión teórica, y afirmó que esta vida era una vida histórica, es decir, que para ser entendida tenía que ser descrita como un momento relativo de la historia de la humanidad. Es por esto que señala que las ciencias que pretendan dedicarse al estudio del hecho humano (es decir, de toda actividad humana o de cualquier cosa que esté relacionada con la vida humana como la sociología o la psicología) deben obedecer a un método descriptivo (ya que la vida es una suerte de narrativa en acción); por lo cual desarrolla lo que él mismo llamó la separación entre las ciencias del espíritu (o de la vida) y las ciencias naturales. En las ciencias del espíritu, en especial en lo que él llamó psicología lo principal era el análisis de las relaciones con todos los acontecimientos de la historia personal. Al hacer esto se dio cuenta que un signo de la existencia de su tiempo era la insatisfacción con los sistemas de producción vigentes, para lo cual afirmó enfáticamente que únicamente el hombre puede actuar con libertad en la medida en que se tome en cuenta su relevancia como individuo que está sumergido en la historia y que por ende es insustituible por otro. Cualquier sistema que se olvide de esto, entrará en conflicto con la naturaleza histórica y dialéctica del ser humano.
Como se ha visto hasta el momento, desde el siglo XIX hay una tendencia general de diversos pensadores a querer entender y explicar el tipo de relaciones que impone una sociedad de producción y una sociedad que enfatiza la funcionalidad del ser humano, en relación con el carácter personal del ser humano. Y algo que se rescata hasta el momento de toda la reflexión recogida es que no existirá producción ni efectividad funcional si es que no hay satisfacción personal.
Si bien los pensadores antes descritos intentaron dar soluciones a la instrumentalización de la vida, el esquema liberal de pensamiento seguía liderando la manera cómo se veía al ser humano, lo cual se veía reflejado en la insatisfacción laboral reinante en el mundo occidental de aquellas épocas. Incluso en las escuelas había una tendencia a ver al ser humano como un producto que debía salir acabado de la escuela en orden a poder cumplir de manera efectiva su función –ya preestablecida- en la sociedad. Gracias a las filosofías del inconsciente y del sufrimiento como la de Fuerbach o la de Kierkeegard, surgió en psicología un pensamiento centrado en el intento de explicación de la mente humana. Esta nueva aproximación, llamada psicoanálisis, buscó entender los diversos dinamismos mentales que entran en juego en las relaciones humanas y en la vida de cada ente humano. Es de resaltar que gracias a Freud y a los psicoanalistas que surgieron en la primera mitad del siglo XX, es que se pudo reconocer cómo es que las personas que viven en situaciones represivas, terminan por frustrar sus posibilidades de desarrollo normal. Esto hizo ver que incluso desde un plano de sanidad, no era conveniente adherirse a un sistema que tuviera como función principal castrar al ser humano y volverlo una “pieza” más en la gran maquinaria llamada sociedad.
Después de la segunda guerra mundial, e incluso en el intermedio entre la Gran Guerra y la Segunda, surgió un tipo de pensamiento autodenominado existencialista, que afirmaba que ambas guerras eran productos de una civilización que se había olvidado del ser humano en su existencia concreta. Utilizando el método de Husserl de la fenomenología (que busca conocer las cosas en cuanto aparecen a nuestra conciencia), estos existencialistas se propusieron conocer la experiencia humana desnuda (ver El ser y la nada de Sartre); es decir, buscaban poner en primer plano el papel del ser humano como un ente que requiere vivir en función de sí mismo, inventándose a sí mismo en palabras del mismo Sartre. Este tipo de pensamiento era una reacción contra todo pensamiento que intentara subyugar al ser humano. Era una reacción contra ese pensamiento abstracto que idealiza una cierta idea de lo que es el hombre, olvidándose del ser humano real, ese que está arrojado aquí y ahora en el tiempo. Un pensador digno de mencionar es Heidegger, que en Ser y tiempo y en sus obras posteriores, afirma que hay que olvidarnos de la metafísica tradicional que termina por encerrar al hombre en una estructura supuestamente intemporal, y que hay que darnos cuenta que somos Dasein (somos un ser-en-el-mundo), y que por tanto lo más propio de nosotros es nuestra temporalidad, y que si una sociedad o cualquier institución quiere sobrevivir de manera óptima debe respetar esta natural libertad del ser del hombre que en su estructura temporal es un proyecto aconteciendo. En pocas palabras, no se puede instrumentalizar la existencia humana, por el simple hecho que esto entra en contradicción con la misma proyectualidad humana, que es la base de toda acción.
A partir de este modo de ver el mundo de la vida, surgieron muchas ideas en otras perspectivas del pensamiento que también rechazaron como improductivas las tendencias liberales o socialistas al considerar al hombre como una función, y por eso por ejemplo se puede ver cómo Pio XII afirma con firmeza que ni una empresa ni tampoco una escuela puede desarrollarse sin que haya un respeto mutuo entre empleador y empleado, entre cada persona con su prójimo –en suma es un intento de rememoración de la relación personal, en el sentido de relación de intimidad, que involucra una apertura al ser del otro como un acontecimiento inabarcable. En esta misma línea cristiana uno de los pensadores más relevantes que influyó uno de los primeros movimientos social-cristianos (que surgió en Italia) fue Maritain, que con su libro Humanismo Cristiano, buscó retomar la idea de la trascendencia como respuesta al sentido del trabajo. Todo el pensamiento social-cristiano que surgió desde entonces se fundamenta en que los fines humanos no tienen sentido sin que estén ordenados a fines trascendentes. Esto entra hasta cierto punto en conflicto con lo propuesto por los existencialistas, puesto que estos afirman que para rescatar la importancia humana hay que olvidarnos de lo eterno o lo trascendente, y hay que centrarnos en la existencia temporal (en palabras de Heidegger, la existencia auténtica es aquella que es consciente de su ser-para-la-muerte, es decir de su existencia temporal). Pero si en algo hay acuerdo, es en la necesidad de tomar al ser humano concreto, real, y no intentar sobreponer al ser humano ninguna idea preconcebida; y que sólo se podrá producir y actuar de manera efectiva en sociedad si es que no se instrumentaliza la vida humana.
Ya todos los autores mencionados eran conscientes que un ser humano no podría actuar en todas sus capacidades y potencialidades si es que no se respetaba en su ambiente, su auténtica vocación, que consiste en su libertad constitutiva. Matar el proyecto humano, es según Vattimo, matar al mismo hombre. No se puede esperar una mayor producción o un mejor desempeño si es que no se orienta el accionar institucional a la satisfacción de aquellos que integran dicha institución.
Gracias a todos estos movimientos de pensadores, surgió en el mundo de la psicología toda una reflexión en torno a la importancia que tiene el desarrollo de una política de incentivos para que los trabajadores y en general las personas puedan desarrollar y desplegar todas sus capacidades. Desde un punto de vista mecanicista, en el conductismo con Watson y Skinner se intentó una suerte de funcionalización de la actividad humana, pero al igual que las ya frustradas propuestas socialistas y liberales, se vio que eran insuficientes, ya que los seres humanos sólo pueden llegar a desarrollarse en la medida en que se les toma en cuenta como personas en sus ámbitos de acción, así como también si se busca no sólo pensar en su producción, sino también en sus necesidades de autorrealización. En este punto es por ejemplo relevante el papel que tiene el pensamiento humanista de influencia rogeriana, que rescatando las reflexiones existencialistas, sobretodo del pensamiento del judío Martin Buber sobre las relaciones del yo-tú, subraya el nivel de influencia y relevancia que tiene la relacionalidad humana en el despliegue y en el desempeño humano. El ser humano nunca puede ser reducido a una función, ni tampoco puede ser comandado como si fuera un elemento o un recurso más de una institución; sino que si se quiere que cumpla una determinada actividad, se le debe motivar a partir de modalidades propiamente humanas como el liderazgo de la autoridad correspondiente, una comunicación humana efectiva que vea en el otro a un tú igualmente humano al propio yo. A estas técnicas que ya se han corroborado en la experiencia como efectivas y respetuosas de la dignidad del ser humano, se le puede añadir un marketing que sin buscar engañar a los demás, busque contribuir a que todos los miembros de una empresa o sociedad puedan llegar a involucrase con los fines de la empresa o del Estado.
En conclusión, como se ha visto, en la historia humana desde el siglo XIX hasta nuestros días ha habido una evolución constante de ideas donde se ha buscado rescatar el papel del ser humano como persona. Y además se ha hecho patente que esta reflexión no es una mera abstracción producida por mentes alejadas de la realidad, sino que se funda en un análisis de las necesidades reales del ser humano en su despliegue natural, lo cual asimismo tiene el beneficio de mejorar la producción y la efectividad de la vida social.