jueves, 28 de mayo de 2009
Liberalismo reaccionario
martes, 5 de mayo de 2009
Antropología y Muerte (Parte II-III)
Esta es la segunda parte de mi post sobre antropología y muerte, espero que pueda ser comentado y ayude a profundizar ciertos temas que pienso que no han sido tratados con la rigurosidad necesaria en la actualidad.
En filosofía y en psicología se le ha dado mucha importancia al querer, pero no se ha resaltado lo suficiente la relevancia antropológica que tiene el deseo. El deseo es un proceso complejo que, ligando la imaginación con la inteligencia, permite que cada persona pueda virtualmente trazarse diversas trayectorias que en su vida cotidiana no podría realizar efectivamente; y se diferencia del querer en que no es un acto que esté determinado directamente por la circunstancia temporal, lo cual posibilita que la actividad psíquica consciente no esté -en el caso del deseo- circunscrita a las limitaciones propias del aquí y ahora.
Un ejemplo de la distinción que he mencionado sobre el querer y el deseo está en que -cuando deseamos- podemos vislumbrar imaginativamente diversas realizaciones del propio yo e incluso vivir virtualmente una determinada consecución de un bien particular y aprehenderlo en una experiencia interna de apropiación intencional. Es decir, mientras que en el querer se está limitado por los objetos que de alguna manera son asequibles a la circunstancia concreta del yo real del sujeto o incluso a los objetos del yo ideal (esto es, el yo que el sujeto quiere llegar a ser si logra conseguir sus metas); en el caso del deseo, la persona puede imaginarse realizando y actualizando potencialidades que no necesariamente posee en sí mismo, pero que de alguna manera son anhelados por la actividad psíquica inconsciente.
En una antropología que se olvida del carácter fundacional del deseo en la existencia humana, es normal que como consecuencia lógica se deje de lado la radical apertura de la vida hacia el futuro; lo cual necesariamente opaca el tema de la ultimidades y de la pregunta humana básica de: ¿qué va a ser de mí? Si como estamos acostumbrados en la sociedad liberal occidental, se aparta del horizonte la vida buena en términos de verdad y bien, y se pasa a una sociedad de la absoluta tolerancia y de un pensamiento débil o una mera conversación (al modo del relativismo rortyano), ya no se podrá insertar en la vida cotidiana la religiosidad natural inherente a la naturaleza experiencial de la persona humana; ya que el relativismo y la falta de búsqueda por un absoluto aunque sea hipotético en materia de conocimiento, hace que las personas renuncien –incluso en el plano inconsciente- a relacionarse con lo trascendente vital –es decir, con aquello que sin tener certeza de su existencia, la persona descubre como necesario para su vida.
El deseo, como ya dije, es un proceso que hunde sus raíces en la actividad psíquica inconsciente, y por ende está sujeto a la influencia de las pulsiones instintivas. La persona desea todo lo que le es apetecible de algún modo, pero al ser el deseo un acto de la persona como un todo, este proceso desiderativo se inscribe también en la potencialidad total de la vida. Es decir, en la medida en que el ser humano se descubre como un yo y se entiende como individuo, se le hace patente a su conciencia que su vida es su yo en acción –en su dinámica de encuentro con lo otro y consigo mismo- y por ende, le es inherente apetecer su propia existencia en cuanto que esa existencia es su yo actual.
Es pues, dentro la línea de argumentación que he venido desarrollando, una conclusión que cae bajo su propio peso el postular que el deseo por permanecer siendo es el deseo por excelencia; puesto que es aquel que subyace a todos los demás, ya que, solo en la medida en que deseo seguir operando y actuando (esto es, seguir existiendo) es que puedo desear por ejemplo ser un astronauta. Desear ser un astronauta presupone que deseo poseer esa realidad posible de algún modo, pero esto sólo se entiende si está implícito mi búsqueda o apetencia de mi propio yo en acción.
El deseo, para resumir, se define como un proceso complejo que integra la inteligencia, la imaginación y las pulsiones instintivas (es decir integra la actividad psíquica consciente con la inconsciente) en una posibilidad de realización de todo aquello que puede ser potencialmente parte de la vida del sujeto. Incluso lo que no es posible, como desear ser un caballo o poder teletransportarse puede ser deseado por un sujeto. La única condición para que el objeto sea deseado es que se relacione con la persona desde el futuro, ya que el deseo desde una perspectiva de la acción humana, consiste en la apetencia de aquello que no poseyéndose, puede ser realizado imaginativamente o en algún momento de la existencia. Cabe destacar que se puede desear tanto objetos o eventos pasados, presentes o futuros. Por ejemplo, yo podría desear haber aprendido a tocar piano en mi pasado, en el presente ser pianista amateur y en mi futuro ser el más grande concertista de la historia. Ahora bien, puedo desear realidades pasadas o presentes en la medida en que me posiciono imaginativamente en una perspectiva tal que tanto el presente como el pasado son vistos como realizables en mi futuro imaginativo (es en este horizonte que aparece la nostalgia y la frustración –estos puntos ya los trataré en otro post).
Pero la total apertura desiderativa propia del sujeto humano hace que la posibilidad existencial de su muerte se vea como una pared a su proyección en la acción. Y esto permite que desde una perspectiva de la persona como un yo en acción, se plantee la posibilidad imaginativa de proyectarse incluso después de la muerte. La persona como proyecto es un ‘dato’ nunca acabado, y esto se evidencia en que una persona incluso cuando está con cáncer terminal sigue viviendo como si el siguiente segundo fuera una posibilidad de realización de una determinada acción. Esta contradicción entre lo finito de nuestra existencia -que se debe a su constitución empírica concreta-, con la apertura proyectiva propia del yo humano, hace que surja un deseo de inmortalidad implícito. Incluso un suicida cuando se mata lo hace porque ya no desea vivir, pero no la vida en general, sino, esta vida en concreto; por lo cual, su acción también se inscribe en un deseo de realizar proyectivamente su propio yo. Si a un suicida le dieran la oportunidad de cambiar radicalmente su circunstancia tal cual él la percibe, su acción se dirigiría a la posesión de su circunstancia y de su yo vital, y ya no a su propia muerte.
Poseer es, desde mi perspectiva, un acto de hacer íntimo aquello que se presenta en primera instancia como un no-yo. ‘Íntimo’ es aquello que radica en mi vida y forma parte de mi circunstancia, es aquello que ya ha dejado de ser simplemente una realidad “objetiva” y ha pasado a ser una realidad en mí. Así pues también en el plano del deseo, existe el deseo como actividad inestructurada que se puede dirigir a cualquier objeto (ideal o real) y el deseo como actividad estructurada que se dirige a objetos ideales o reales que están en consonancia con el argumento o contenido biográfico de una persona en concreto. A este deseo que se inscribe ya en la vida concreta, y por ende es ya un deseo personal lo llamaré como Julián Marías una ilusión. Es la ilusión donde confluyen el querer y el desear, puesto que cuando algo ilusiona o se percibe como necesario para poder seguir siendo, no sólo se desea como posibilidad, sino que se desea como realidad, lo cual lleva a que el sujeto quiera poner los medios para alcanzar y realizar eso que él percibe como fundamento de su despliegue personal.
En mi siguiente y último post de esta trilogía, profundizaré el tema de la ilusión y la muerte, y el problema ya enunciado aquí de la sociedad relativista junto con el problema antropológico que puede estar en la base de una cultura de valores que se basan en la tolerancia como piedra angular.